lunes, 7 de febrero de 2011

Discriminación femenina

Mucho se habla de discriminación femenina y yo me pregunto si no somos nosotras mismas, las mujeres,  las que más nos discriminamos; hay que reconocer que nos encanta criticar a la prójima, murmurar de la vecina y  juzgar a la amiga.  En muchas ocasiones la expresión solidaridad de género sólo se aplica cuando nos representa algún beneficio maquiavélico, por ejemplo; quitarle la honra,  el trabajo o  el marido a otra, con la excusa de que no se lo merece, no tiene las habilidades para ese cargo, es muy vieja para él o semejante galán (con esa tan fea) queda mejor conmigo.  En términos generales las mujeres somos nuestro peor enemigo.

Hace poco yo misma sentí la discriminación intragénero.  Estaba con un grupo de amigas en una maravillosa y soleada tarde de spa; que significa una sesión de chocolaterapia, masajes relajantes, exfoliación, sauna, aromaterapia y obviamente la reina; la revista Buenhogar.  El día transcurría normalmente con los temas pertinentes;  cómo está de gorda y arrugada julanita, supiste que perenceja se separó (quedó disponible semejante churro), ya vieron la última colección de Channel;  temas valiosísimos para mantener mi autoestima, mi equilibrio emocional  y mi felicidad, aunque algunos no muy convenientes para mi billetera.  Estaba tomándome un jugo de naranja con hierbabuena y zanahoria, buenísimo para mantener el bronceado, cuando le dije a Pao, una de mis amigas, que si me podía ceder el turno para la aplicación  del botox porque tenía que irme a mi club de lectura. 

Si hubiera sabido que mis palabras crearían semejante alboroto jamás las hubiera pronunciado. ¿Club de lectura, eso para qué sirve? ¿Y es qué vos no aprendiste a leer en el colegio?  En un  principio pensé que era una broma y me reí, pero a los pocos segundos comprendí que la cosa iba en serio.  ¡Ay no mija, no nos vengas con pendejadas!; exclamó Pao.  Ahora no inventes que estás estudiando para intelectual, esa gente es una jartera; replicó Catis.  Y las mujeres que van a esas cosas son lesbianas, gordas, bigotudas, arrugadas, amargadas y frustradas ni las vas a traer por acá; dijo Tatis.  Esas más o menos fueron las palabras de mis amigas.  Triste y desconsolada me despedí, me fui a casa y por varios días me dediqué a leer la revista Caras, Jet- Set, Hola y la imprescindible Buenhogar; por nada del mundo quiero ser gorda, bigotuda, amargada y frustrada.

Pasaron los días y estando en el club de lectura se tocó el tema de las cirugías plásticas y los tratamientos estéticos, a lo cual varias de las mujeres presentes argumentaron que ponerse silicona en las tetas, inyectarse botox, colágeno, es para mujeres brutas, sin cerebro; que con cuatro millones de pesos y cinco horas de quirófano cualquiera se convierte en modelo,  pero que quitarle el celofán al cerebro no es posible por muchas cirugías que se hagan,  que las neuronas no las inyectan como si fuera silicona y que amoblar el cerebro no es lo mismo que amoblar la casa. Toda una diatriba en contra de los tratamientos de belleza. Por obra y gracia de la Santísima Trinidad, esta vez  no abrí mi bocota para decir por ejemplo, que  llevo dos liposucciones, tres cambios de prótesis, innumerables aplicaciones de botox y  que estoy buscando un nuevo arreglito para hacerme en la Semana Santa.

Fue en ese momento cuando comprendí que las mujeres estamos permanentemente discriminándonos, excluyéndonos y marginándonos unas a otras, si en vez de concentrarnos en lo que nos separa,  trabajáramos unidas en lo que nos concierne; como el pago equitativo de salarios, la creación de políticas públicas en pro de los derechos de las mujeres,  la erradicación de la violencia intrafamiliar;  tal vez algún día lleguemos a alcanzar el lugar  que la sociedad nos ha negado por miles de años.  Pero  el primer paso lo tenemos que dar las mujeres, no podemos pretender  que los hombres nos valoren, nos respeten y nos incluyan si nosotras mismas hacemos los contrario.

¡Que vivan Paris Hilton y la revista Buenhogar!