viernes, 11 de mayo de 2012

Se busca marido

Tengo que confesar que me he dejado influenciar por la presión social, han sido tantos los comentarios acerca de mi soltería y tantas las demostraciones de lástima por mi desdichada condición, que he decidido buscar marido.

Como fiel seguidora y asidua practicante de temas de La Nueva Era, lo primero que hice fue comprar una lámina en corcho para crear  el “tablero de los sueños”, tal y como lo sugieren en El Secreto.  La Ley de atracción dice que los pensamientos y los sentimientos son el motor de la creación, se debe sentir que ya se obtuvo lo pedido para de este modo iniciar el proceso de materialización. La visualización, de acuerdo con esta teoría, es fundamental  para la realización de los deseos.

Teniendo en cuenta lo anterior inicié mi búsqueda. Recorté de GQ y Men’s Health fotos de hombres apuestos y bien vestidos, tipo modelito de Calvin Klein. Recorté también la foto que del Tino Asprilla salió en Soho (hay que pedir de más, porque siempre toca negociar). En resumen, eran hombres de más o menos 1,80 cm de estatura, cuerpo atlético, cara cuadrada, nariz recta, cejas pobladas, piel bronceada, barba poblada.

Siguiendo las recomendaciones de los maestros New Age, hice una lista con las características que debía tener ese hombre de mis sueños: amoroso, trabajador, sensible, espiritual, estable económicamente (léase con billete), amplio (de los tacaños, líbrame Señor),  cariñoso, tierno, fiel (de los infieles, líbrame Señor) y un largo etcétera.  Una vez terminada la lista la pegué al lado de las fotos.

Paso siguiente, buscar imágenes de la casa que iba a compartir con mi príncipe azul. Esta vez los recortes fueron de AXXIS, Casa diez, Mobiliari.  Mi tablero estaba listo.

Como soy bastante intensa, y cuando hago las cosas me gusta hacerlas bien, le puse nombre a mi futuro marido, se llamaba Pedro Luis, como el de Leonela, en honor a mi pasado novelesco venezolano. Hablaba con Pedro Luis, sentía que estaba conmigo, le contaba lo que iba a hacer, comentaba los acontecimientos del día. Me emocionaba pensar que tenía a mi lado el hombre con el que había soñado.

Pasaron los días, las semanas, los meses, y mi hombre del tablero no aparecía. Aunque conocí varios ejemplares masculinos durante esa época, ninguno se ajustaba al hombre de mi sueños. Rara vez alguno pasaba de los 1,70 cm de estatura. La gran mayoría eran practicantes de la religión “sólo quiero que seamos amigos, nada de compromisos”. Si quisiera un amigo no me hubiera pasado toda la tarde en el salón de belleza, dos horas pensado qué ponerme, y otras tantas practicando el discurso para no parecer desesperada. Además, ¿es qué no ha visto la cantidad de amigos que tengo en Facebook?  Cuando me refería a sensible, no era precisamente a la sensibilidad de la pantalla del Ipad, que era lo más sensible que tenían los aspirantes a Pedro Luis. Tiernos y cariñosos sí eran, si es que  las expresiones mami y reina caben dentro de esa categoría. No todo  fue malo, eran bastante estables, hacía como mínimo cuarenta años que vivían en la misa casa, con la  mamá. Cuando me iba bien en una cita era porque no tenía que pagar las boletas del cine, pero sí las crispetas y la Coca- Cola. Pasó el tiempo, y de Pedro Luis nada, si mucho se acercaban a Pedro el Escamoso.

Leí El Secreto por tercera vez, vi de nuevo el video de La ley de atracción, tal vez había omitido algún detalle importante, el elemento clave para la materialización de los sueños. Una vez releído el texto y repetido el video me di cuenta de los enormes errores que había cometido en la elaboración de mi “tablero de los sueños”. Para no aburrirlos voy a citar sólo algunos ejemplos.

1.   El promedio de estatura en Colombia es bastante inferior a la de los modelos de Hugo Boss, así que quité las fotos  que tenía, y colgué unas de Pirry.

2.   Hay que ser realista, cuerpos atléticos, trabajados y bronceados, sólo se ven en los modelos, en los hombres gay o en los desempleados, como no tienen nada más que hacer van todos los días al gimnasio.

3.   Tuve que reconocer que estaba pidiendo demasiado con lo de tierno, detallista y cariñoso, así que lo mejor era olvidarme de los ramos de rosas, las serenatas, los paseos románticos al campo con mantel de cuadros y botella de vino. No estamos en la Toscana. Aquí, si mucho gallina y Aguardiente Blanco del Valle en Pance. Lo mejor era incluir los términos mami y reina en esta categoría, y olvidarme del resto.

4.   La estabilidad laboral y financiera, teniendo en cuenta la crisis económica mundial, habría que ajustarla a un trabajo free lance o a consultor empresarial (que es lo mismo que ser desempleado, pero con caché)


5.   Las fotos de las casas las descolgué de inmediato. Pretender tener una mansión estilo californiano con muelle, velero y una camioneta último modelo en el garaje, si tenemos en cuenta el ingreso per cápita del colombiano, era un poquito exagerado. Así que colgué unas fotos de un conjunto residencial de esos que tienen 10 torres, mil vecinos bullosos con perros, gatos, loros y niños que gritan como desahuciados, y la tradicional venta de gaseosa y cigarrillos en la portería. Me pareció más acorde con la realidad nacional.

6.   El largo etcétera quedó en un corto hasta aquí.



Me niego a aceptar la realidad. Prefiero despertar compasión, a despertarme un día, y darme cuenta de que hubiera sido mejor seguir soñando. 

viernes, 4 de mayo de 2012

La Santísima Trinidad



-¿Qué? ¡Quiere ser puta?  -fue lo que me dijo el rector el día del grado. 

         Después de cinco años en la Facultad de Administración, la empresa que quería administrar no era una multinacional ni una prestigiosa entidad financiera, sino un prostíbulo. 
-Doctor, lo que quiero es montar mi propio negocio y convertirme en una próspera empresaria del entretenimiento nocturno, pero si usted lo quiere poner en esos términos, por mí no hay problema.
Durante los años de estudiante les propuse, con insistencia,  a mis compañeros de universidad  la maravillosa idea de montar un burdel. Pensé que alguno de aquellos futuros empresarios podría patrocinar tan estupendo proyecto.  Muy a mi pesar, ninguno se emocionó con la idea, y como yo no tenía el dinero para hacerlo, no me quedó más remedio que guardar mi antojo en el baúl de los deseos pendientes.
Mi sueño era abrir un glamuroso prostíbulo en una casona antigua, de las que se hallan ubicadas en la calle que del centro de la ciudad sube a la zona histórica. Anhelaba una casa de techos altos, paredes encaladas, pisos adoquinados, patio central con helechos y fuente de agua.  Con un amplio salón de luz tenue, que iluminara  el ambiente misterioso, ardiente y festivo de las noches eternas; un sitio donde el amor de una noche perdurara para siempre en el recuerdo indeleble de la  vieja casona, y en la vívida memoria de los mejores recuerdos.
Mi fantasía era recibir a los clientes como toda una «madame», acicalada con chalina de peluche rojo, tocado de plumas, uñas decoradas de rojo carmesí y estrellas plateadas, vestido negro largo ajustado al cuerpo y escote profundo.
«La Santísima Trinidad»  era el nombre que tenía para mi negocio, en honor a la trinidad más venerada por los mortales: la noche, el licor y el sexo.
El día de mi grado como administradora de empresas, y aprovechando que el rector estaba presente, le pregunté sobre la posibilidad de que el Programa Semilla, que financiaba proyectos empresariales a los estudiantes,  me prestara el capital inicial para montar mi negocio de entretenimiento.  Así era como solía llamarlo,  en un intento por camuflarlo, pues sabía que no iba a ser fácil que me prestaran dinero para abrir un burdel.  Sin embargo, era bastante difícil no terminar diciendo la verdad: camuflar un prostíbulo es  tan insensato como negarse a un polvo.
El rector se caracterizaba por ser una persona de ideas progresistas, y la universidad de tener ideología liberal, por lo cual  pensé que no iba a tener inconveniente con el crédito.
-¿Cómo cree que la universidad le va a patrocinar semejante inmoralidad? ¡Ésta es una universidad decente!
Resulta ahora que el sexo es inmoral e indecente.
Con el no rotundo del rector, con el temor a que me quitaran el diploma por ser una presunta practicante de la  inmoralidad y la indecencia, y con la indignación que me produce la doble moral -porque a mí que no me digan que el rector nunca había ido a un prostíbulo-,  salí del recinto y empezó mi pasión.
Decidí entonces acudir a la empresa del Estado que financiaba proyectos empresariales para jóvenes emprendedores. ¡Yo era una potencial beneficiaria del crédito! Era joven y nadie podía dudar de mi emprendimiento.
Hice todo lo que había aprendido  en la facultad: formulé y evalué el proyecto, dimensioné el tamaño del mercado (que era grande, por cierto), definí el posicionamiento (de marca), el uso del suelo,  elaboré los estados financieros proyectados a cinco años.  Durante varios días repasé el proyecto con minucia; no quería que el día de la entrevista con el funcionario estatal me hiciera falta algún dato, una cifra, un detalle pequeño que pusiera en riesgo la financiación de mi idea de negocio.
La noche anterior a la cita no pude dormir, repetía una y mil veces lo que iba a decir, daba vueltas en la cama cambiando los diálogos -a la vez que formulaba, respondía las preguntas-,   me levanté de la cama  en medio de la noche, y frente al espejo hice la presentación, gesticulaba con las manos, miraba a los ojos a mi interlocutor, que a esa hora de la noche era el perro; volvía y me hacía a mí misma preguntas, que respondía cada vez de  diferente manera. Entre presentaciones al público asistente en el espejo y conversaciones interminables con el cuadrúpedo,  solo dormí una hora.


 -Buenos días, busco al doctor Fernández.
-¿Viene para la presentación del proyecto?
-Sí, señora.
-En el salón del fondo están todos los proponentes.
¡Todos los proponentes! ¿Cómo así? Yo creía que presentaría mi propuesta de negocio de forma individual. ¡Qué equivocada estaba! Al llegar al salón del fondo me encontré con más o menos treinta personas. Antes de que iniciaran las exposiciones, indagué acerca de qué clase de negocios iban a presentar; así no sólo sabría a qué me iba a enfrentar, sino también qué posibles clientes podría pescar allí.
-Mi proyecto es una comercializadora internacional de artesanías,  dirigida al mercado inglés -dijo un chico de gafas redondas, chaleco a cuadros, pantalón de pana gris y un mechón grasiento que caía sobre su frente. Éste definitivamente no será cliente de «La Santísima Trinidad»;  mejor pasemos al siguiente, pensé.
-Una microempresa de confección, de camisas para hombre, dirigida al mercado español  -comentó Felipe, un chico trigueño, no muy alto, ojos verde oliva, pelo marrón desmelenado, barba de dos días, piernas gruesas, pecho amplio y nalga parada.
 -Un cultivo de espárragos a gran escala, enfocado al  mercado holandés -contestó una chica de falda larga, buzo cuello tortuga, pelo hasta la cintura y un inmenso crucifijo colgado al cuello.
¿Y es que el mercado local no cuenta, o qué? Voy a tener que replantear el posicionamiento de mi negocio: burdel a gran escala para el mercado mundial.
Una hora después, y valiéndose del poder que el dinero de los contribuyentes les otorgaba, entraron los cinco burócratas entrevistadores, con vestido de paño motoso, ajado y chafado.  Nos miraron con enojo, por ser los culpables de que aquel día hubiesen tenido que trabajar, de que el café de la mañana sólo hubiese durado cuarenta y cinco minutos, y de que el juego de solitario hubiese tenido que aplazarse hasta el día siguiente.
         Uno a uno pasaron  los jóvenes emprendedores a exponer sus proyectos. Los funcionarios hacían preguntas como tasa interna de retorno, tiempo para alcanzar el punto de equilibrio, número de empleos generados a mediano plazo,  aceptación del  producto o servicio por parte del mercado objetivo. 
¡Estoy salvada! Mis indicadores de gestión son inmejorables, sobre todo los que tienen que ver con generación de empleo y aceptación del servicio por parte del mercado objetivo.
Llegó  mi turno. Me estiré la falda del sastre rojo que llevaba puesto (no era mucho lo que se podía estirar), me acomodé la vena de las medias veladas,  me pasé la mano por el pelo, asentándome el cepillado,  cogí la carpeta con los acetatos y subí a la pequeña tarima que tenía el salón.
-Buenos días. Mi nombre es Estrella, soy administradora de empresas  y voy a presentarles mi proyecto de negocio, que consiste en montar un establecimiento de entretenimiento nocturno.  El negocio, que tendrá por nombre «La Santísima Trinidad»,  estará ubicado en el centro histórico de la ciudad, en el barrio Santa Fe, sitio privilegiado para el mismo, puesto que en la zona se hallan  varias universidades, edificios gubernamentales, oficinas, entidades financieras.   El negocio no necesita inversión inicial alta, sólo lo que concierne a la adecuación de la casa, compra de muebles, cortinas y artículos de decoración, ítems que pueden ver en la página ocho bajo el rubro de montaje inicial.  La ropa,  los baby dolls,  los zapatos y el maquillaje de las chicas están en el rubro dotación empresarial.  Los condones, en el de herramientas de trabajo. Dentro del programa de capacitación y desarrollo están las charlas sobre enfermedades de transmisión sexual y unos talleres sobre uso y práctica del  Kamasutra.
-Ya puede sentarse  -me dijo uno de los funcionarios. 
El éxito de mi presentación y del negocio mismo estaba asegurado.  El negocio era rentable, tenía una alta tasa interna de retorno, presentaba punto de equilibrio a los seis meses,  la inversión era baja,  y si por algún motivo mis proyecciones no funcionaban,  estaba la opción de que el Estado se quedara con el negocio: si tienen haciendas con hipopótamos, casas con grifería de oro y fincas con angelitos de cerámica haciendo pipí, ¿cuál es el problema de tener un burdel?  Al ver que ninguno de los cinco entrevistadores me hizo preguntas, me veía esa misma tarde, buscando la casa para mi negocio.
Me senté feliz. Los otros proponentes murmuraban entre sí. La envidia, como dicen por ahí, es mejor despertarla que sentirla. Claro, como a ellos los ametrallaron a preguntas y a mí no me hicieron ni una, se están muriendo de la rabia. Pensaron que sus negocios internacionales iban a estar por encima del mío. Pues se equivocaron. ¿Acaso no les enseñaron en la universidad la importancia del mercado nacional?
-Señorita Estrella -dijo el doctor Fernández.
-Estrellita -dije yo.
-Es una verdadera insolencia lo que usted acaba de hacer.  Su presentación es un irrespeto no sólo para con nosotros, sino también para con los demás proponentes. ¡Piensa que el Estado va a invertir  dinero en un prostíbulo? ¿No se da cuenta de que es un negocio inmoral? ¿Qué clase de moral tiene usted, si es que tiene alguna? ¡Ésta es una entidad seria y respetable! No patrocinamos la vagabundería ni alcahueteamos la sinvergüencería. ¡Haga el favor de retirarse inmediatamente!

¿Inmoral? O sea que se opone a las buenas costumbres.  ¿Y  a éstos quién les habrá dicho que el sexo es una mala costumbre?
Miré a los ojos a mis entrevistadores, uno por uno, con la cabeza en alto, la mirada fija y sonrisa un poco burlona, y en tono sarcástico les dije: Señores, los espero en mi negocio. Conozco un remedio para las malas costumbres.
Sorprendida, desilusionada y triste, me fui a la iglesia del Divino Niño, a buscar un milagro; alguien me prestaría el dinero, de eso no tenía duda. Me arrodillé en la primera fila, de frente al Divino Niño, que con su vestido rosado y los brazos abiertos parecía decirme: ven acá hija mía, yo te voy a ayudar. Con tal de que uno de los tres,  el Padre, el Hijo o el Espíritu Santo se apiade de mí y de mi negocio, prometo hacer mis oraciones todas las noches y traer sin falta cada mes el diezmo.  Fue en ese momento cuando apareció un sacerdote bajito, rechoncho, calvete, con túnica fucsia, acompañado de tres hombres jóvenes, altos, rubios, como ángeles. Vea dónde  viene uno a encontrar los clientes, pensé.
El sacerdote cogió el micrófono y  anunció que los tres hombres eran de la ONG holandesa «Mujeres en progreso», y que iban a financiar proyectos empresariales a mujeres emprendedoras. Otra vez yo, mujer y emprendedora.  Me acerqué temerosa: si los laicos me habían sacado casi a patadas, no me imaginaba lo que me podría suceder con los clérigos. Claro que tuve precaución y no fui directamente al sacerdote, sino donde uno de los holandeses.
-Good morning, míster. I have a wonderful business project.
-Cuénteme de qué se trata -contestó el holandés.

¡Juemadre! Qué maña la mía de hacer siempre el ridículo. Yo dándomelas de muy internacional, y éste habla español.
         Con recelo saqué nuevamente mis acetatos, los extendí sobre una mesa que había en la sacristía, adonde nos  habíamos dirigido,  y le expliqué el proyecto.  Cuando terminé mi exposición, el holandés, sin ningún tipo de expresión en su cara  y mirándome a los ojos, dijo: Entiendo. Lo que usted pretende  montar es un local  como los del «Barrio Rojo de Ámsterdam». Me parece muy buena idea de negocio. Debemos hacerle unas modificaciones a la presentación del proyecto, y luego de eso cuente con nuestro apoyo y colaboración.
¡Voilà!  Por fin alguien me entendió.
Emocionada, me le abalancé y lo abracé.  Con los ojos aguados, con un vacío en el estomago y un nudo en la garganta, que no me dejaba ni respirar, le dije: Dios le pague, míster.

         Seis meses después (con el apoyo de los holandeses, la mediación de la Trinidad y la bendición del cura),  el rector, los burócratas,  los compañeros de la universidad, uno que otro sacerdote libertino, Felipe, las chicas y yo, inauguramos con una fiesta celestial «La Santísima Trinidad».