lunes, 29 de abril de 2013

Los templos del deseo



            Después de doce horas de viaje por tren desde Varanasi, la capital sagrada de la India,  llegué a Khajuraho con la expectativa, un tanto morbosa, de conocer aquellos impresionantes templos eróticos que siempre me habían llamado la atención, y que son toda una alegoría al placer y a la lujuria.


       Ubicado a 598 kilómetros al Sureste de Delhi, en el Estado de Madhya Pradesh, Khajuraho, sería otro pueblo cualquiera del centro de la India sino fuera por haber heredado un grupo de templos extraordinarios que le han situado en el primer plano de atención mundial y que, según las guías turísticas, es uno de los complejos arquitectónicos más atractivos del país. Es así como este pequeño pueblo se ha convertido en destino turístico: de indios y extranjeros. Arqueólogos, antropólogos, artistas que vienen a deleitarse con su belleza, turistas libidinosos como yo que venimos a ver de primera mano y en tamaño gigante las posiciones del Kamasutra. La atracción que sentimos hacia el sexo nos hace recorrer miles de kilómetros hasta llegar a este lugar perdido del subcontinente.



       Hace mil años se construyeron ochenta y cinco extraordinarios templos, cerca de lo que hoy es Khajuraho, bajo el patronato de los reyes Chandella, quienes gobernaron en esta región desde el siglo IX hasta el XIV. Los restos de sólo veinticinco de estos templos perduran, esparcidos en un área de veintiún kilómetros cuadrados alrededor del pueblo. Fueron declarados por la Unesco como Patrimonio de la Humanidad en 1.986.




       Durante muchos siglos Khajuraho fue un pueblo escondido entre densas selvas, fue sólo hasta 1.838 cuando un ingeniero del Ejército Británico, el capitán T.S. Burt,  lo encontró por casualidad. Su inaccesibilidad hizo posible que se salvara de la destrucción llevada a cabo por los musulmanes en 1.818.


       En la actualidad, Khajuraho, tiene una población estimada  de 20.000 habitantes, una sola calle principal, varios hoteles de primera categoría y una gran cantidad de hostales. Además, tiene aeropuerto para vuelos domésticos con conexión a las principales ciudades del país, está en construcción el aeropuerto internacional y cuenta con la única estación de trenes limpia (sin ratas) que he visto hasta hoy en la India.

       Estos templos son una real y auténtica manifestación del amor, la vida, el goce y el disfrute de los placeres carnales. Las esculturas eróticas, sujetas a múltiples interpretaciones, son las mas conocidas, pero constituyen solo una pequeña parte del total de los templos.



       Existen varias teorías del porqué de la construcción de estos templos. Unos se la atribuyen a un sueño que tuvo el rey Chandravan en el cual su madre se le apareció y le ordenó construir estos templos en los que se revelarían las pasiones que gobernaban a los seres humanos y, al hacerlo, lograría una comprensión de la vacuidad del deseo. Los Chandellas eran creyentes de los poderes del tantrismo, es por eso que los templos de Khajuraho representan la expresión de una cultura altamente civilizada en términos de sexualidad.

       Otra teoría dice que la erótica de Khajuraho tiene un propósito específico, la de educar en las artes amatorias a los jóvenes que en aquella época y siguiendo la ley hindú de ser Brahmacharis, —período de tiempo entre los 14 y 20 años cuando los jóvenes se dedican al estudio de los textos sagrados: los Vedas y los Upanishads, vivían aislados y en estricto celibato hasta que alcanzaran la edad adulta—. Era por medio del estudio de estas esculturas y las pasiones terrenales que ellas representan que se preparaban para el riguroso cumplimiento de su papel como fervorosos maridos. Vale la pena mencionar que en la India antigua el Kamasutra era enseñado a los hombres para convertirlos en excelentes amantes y satisfacer sexualmente a su mujer. Qué falta hace, por estas indias occidentales, que algunos caballeros tomen clases de Kamasutra.



       Las fabulosas orgías que, me imagino, se realizaban por estas tierras durante la  época de los Chandella, se pueden ver en las franjas narrativas continuas que representan la vida cortesana, la música, el baile, batallas, desfiles, rituales, ceremonias, vida doméstica y parejas amorosas. Tanto en las bandas exteriores como interiores de los templos se pueden apreciar las celebraciones de la forma humana. En estas representaciones de la vida se pueden ver parejas, tríos, ayudantes, acompañantes, divinidades,  reyes, reinas, siervas, cortesanas, ángeles, querubines. Por eso digo: ¡grandiosas orgías! Masturbación femenina, sexo oral, el famoso 69, penetración anal; todo un rosario de posibilidades eróticas. Una manifestación artística de la función orgánica más reprimida, estigmatizada y endiablada por las religiones occidentales. Está claro que en época de los Chandella el sexo no representaba ni el pecado ni la culpa que luego le atribuyeron los invasores descendientes del judaísmo: musulmanes y cristianos.


       



               Las figuras humanas que se observan en estos templos son sensuales, coquetas, alegres, graciosas, nos hacen pensar en un sentimiento de unidad con la naturaleza y de un sentido de bienestar. Los animales reales y míticos también están presentes en todos los templos.



       Los artistas Chandella decidieron mostrar a la mujer en toda su belleza y esplendor. En estas majestuosas tallas de piedra arenizca se ven mujeres sensuales de  senos grandes, cinturas pequeñas, caderas anchas.  Y siempre en posiciones eróticas que incitan el deseo.


       También están representadas las divinidades más importantes del hinduismo, Brahama, Shiva, Vishnu, Parvati, Lakshmi, Ganesh, pero  pasan desapercibidos a la vista de los turistas morbosos como yo, que si no es porque el guía se empeña en hacerme desviar la mirada de las majestuosas clases de Kamasutra en tamaño gigante hacia el panteón hinduista, creo que nunca me hubiera dado cuenta de que estaban por aquí.

       Fue imposible no percatarme de lo difícil que puede llegar  a ser la práctica del Kamasutra;  las complicadas posiciones son todo un reto a la flexibilidad y ponen al practicante en riesgo de, literalmente, desnucarse.



       No está demás recomendarles que antes de aventurarse con este antiguo arte, primero consulten con su ortopedista.



       Khajuraho es la máxima expresión de la sensualidad, un culto al amor, a la lujuria, a la locura erótica y a ese continuo movimiento energético que son la vida y sus pasiones.
     Namasté

viernes, 26 de abril de 2013

¡Me mamé del feminismo!


         Les agradezco inmensamente a todas aquellas hermanas feministas que desde hace años han luchando por la equidad, la inclusión y la igualdad entre los géneros.  Que nos han enseñado nuestros derechos y nos han motivado a luchar por ellos, a ser oídas, respetadas y valoradas. Realizan,  sin duda, una magnífica tarea y es por eso que desde acá quiero hacer un reconocimiento a todas y cada una de las mujeres, y hombres, que han batallado por disminuir la desigualdad.



       Sin embargo, tanta igualdad en nombre de los derechos de las mujeres me agobia. Que quede claro: yo no soy igual a ningún hombre. Soy sensible emocionalmente, expreso mis sentimientos, lloro sin motivo. Me gustan las rosas, los chocolates, los poemas, las serenatas y los abrazos. Soy débil físicamente, no puedo cargar cajas, empujar materas y a veces ni abrir botellas de gaseosa.  Y aunque no necesito un hombre en mi vida para ser feliz, sí lo quiero para compartir mi felicidad.



       Puede ser que existan mujeres autosuficientes, algo así como “las chicas súper poderosas”, pero ese no es mi caso.  Las mujeres que hacen de todo: trabajan, cuidan los niños, atienden la casa, están pendientes del marido y, como si esto fuera poco, velan por el resto de la familia; todo en nombre, y a causa, de la liberación femenina, no merecen menos que mi admiración y respeto. Ni hago ni haré nunca esa cantidad de labores, ¡qué cansancio! La liberación femenina ha hecho que nos llenemos de tareas y  aparentemos ser capaces de cualquier cosa. De lo que tenemos que liberarnos es de los nuevos roles impuestos por la posmodernidad. De qué nos sirve tener un alto cargo ejecutivo sino tenemos tiempo para una tarde de Spa con las amigas.  De qué nos vale poseer una gran cantidad de títulos universitarios si ni siquiera sabemos que existen los vibradores Rabbit doble cabeza, y si sabemos no tenemos con quien usarlos. Para qué tanta intelectualidad postiza permanente si lo que de verdad nos gusta son los chimes de la farándula, salir de compras y ver películas de amor. Para qué fingir ser la reencarnación de Margaret Tatcher si nos morimos por un beso, un ramo de rosas rojas y un poema de Neruda. ¿Para qué todo eso? ¿Para parecernos a los hombres? Pues yo no quiero ni parecerme ni ser igual a ningún hombre.

            No compro el cuentico ese que nos han tratado de vender que no necesitamos de los hombres y que son ellos los culpables de todas nuestras miserias. Que la depilación es un instrumento del machismo para someternos y esclavizarnos,  y por eso en nombre de la liberación debemos andar peludas por la vida como las primas chimpancés, que las dietas son el verdugo de la igualdad y las ballenas el icono de la equidad,  que las arrugas son un don divino y las canas la más sublime expresión de rebelión. ¡Al carajo con eso! Respeto profundamente esos postulados feministas, pero al igual que los dogmas religiosos no los comparto. Me niego a dejarme encasillar, ya sea por los cánones de belleza occidental o por las propuestas reformistas feministas. Por la Biblia o el Corán. Dogma es dogma, venga de donde venga. Cada cual que haga lo que quiera con su vida, sin que su comportamiento sea visto como una ofensa al movimiento feminista. 
       
       Consciente o inconscientemente hemos llegado al punto de no expresar nuestros verdaderos sentimientos hacia los hombres por miedo a que el sujeto salga corriendo, para nadie es un secreto la falta de compromiso emocional de algunos varones y el pánico que le tienen a cualquier señal que indique deseo de compromiso por parte de la mujer. La apatía emocional masculina no se cura con indiferencia y frialdad. Cómo podemos exigir besos, abrazos, ternura y amor si nos hemos igualado tanto a los caballeros que lo único que nos falta es la navaja y el destornillador en la cartera. Pues yo me niego a ocultar mis sentimientos y a comportarme, en nombre de la liberación femenina, igual que los hombres.

       Hoy en día ningún hombre le abre a uno la puerta del carro (si es que alguna vez lo hicieron, o es otro mito urbano. Yo sólo lo he visto en las películas en blanco y negro). A mí me gustaría que me corrieran la silla, me mandaran flores, me regalaran chocolates y me llevaran serenatas. Los hombres dejaron de hacerlo. ¿Por que? No lo sé. Pero tengo una hipótesis: no lo hacen porque ya no necesitan conquistarnos. En la posmodernidad somos las mujeres las que prácticamente cortejamos a los hombres, en nombre de la igualdad de géneros, de la autonomía sexual y de la emancipación que hemos alcanzado. Y no digo que esté mal o que quisiera que volviéramos atrás el calendario cuando las mujeres nos quedábamos en la casa esperando al príncipe, me parece bien tener la iniciativa y salir, si se quiere, a buscar el consorte. Lo que quisiera es que se recuperaran algunas bellas costumbres del arte amatorio.

       También me niego, en nombre de la revolución sexual, a comprar amor con sexo. Es por eso que voy a iniciar una cruzada para rescatar, al menos en mi vida, el romanticismo, el amor, la feminidad, la poesía y todo lo que sea cursi. Menos a Ricardo Arjona.