martes, 6 de marzo de 2012

Por los derechos de la marihuana

Nunca he entendido la prohibición al consumo de sustancias psicoactivas como la marihuana, y mucho menos la discriminación de la que son objeto los consumidores de dichas sustancias. Por ejemplo, se oye con frecuencia, y en tono despectivo, la expresión “ese es un marihuanero” o “ese es periquero”, y apuntándoles con el dedo índice se les hace el peor de los juicios morales, sin oportunidad de defensa por parte de los malvados drogadictos. Y si en la calle usted  se llegara a encontrar con uno de esos demonios, lo mejor que puede hacer es echar a correr porque lo mínimo que le puede suceder es que lo atraquen o le metan una puñalada. Pero jamás he oído que con desprecio, subiendo la ceja y torciendo la jeta se refieran a un individuo que toma aguardiente como “ese es un aguardientero” y lo fichen como si fuera un vil delincuente. No se nos olvide que hasta hace poco tiempo el licor, en algunos países, era una bebida prohibida. Incluso hoy en día, en algunos lugares aún lo es.

Qué mal le puede hacer a la humanidad un marihuanero afectuoso, sonriente  y trabado.  Ninguno. Yo lo prefiero, antes que a una cantidad de amargados, resentidos y envidiosos que andan sobrios por la vida atormentándole la existencia a los demás. Y a quienes les haría falta una buena dosis de porro.

La prohibición es un absurdo. En Colombia, el precio de un cigarrillo de marihuana es igual al de un cigarrillo de nicotina, y el domicilio de las drogas prohibidas es más eficaz que el de Drogas la Rebaja. Haga el ejercicio. Pida a la droguería una caja de condones y al mismo tiempo llame a su “dealer amigo” para que le traiga un moño de bareta. Le aseguro que llega primero la marihuana que los condones. No le cobran el domicilio y el mensajero es más simpático que el de la droguería. Claro, viene en una traba buenísima. En conclusión, la prohibición no limita el consumo por la vía del precio como lo señala la teoría económica; la cual sustenta que los productos conseguidos en el mercado negro son más costosos debido a que la demanda supera la oferta. La prohibición tampoco dificulta la adquisición. En el país del Sagrado Corazón de Jesús, no sucede ni lo uno ni lo otro.


Los estudios demuestran que la marihuana es menos perjudicial y adictiva que el alcohol, la nicotina y hasta la cafeína, entonces por qué tanta alharaca con el pobre porro al que le han vulnerado sus derechos de libre consumo y circulación.

Es por eso que desde hace unos meses legalicé el consumo de marihuana en mi casa, y sembré una planta de Cannabis Sativa en el patio.  En el patio trasero, dijo espantada mi mamá, más que nada porque vivimos en la misma calle de la Fiscalía y no le parecía conveniente que la sembrara en el antejardín. Ahora, cada vez que tenemos visitas servimos el café con cigarrillos de marihuana. Las visitas se han incrementado sospechosamente, sobre todo las de mis tías, a tal punto que tuve que aumentar mi cultivo de cannabis. A lo cual mi mamá puso objeción: «No vaya a convertir el solar en un cultivo ilícito de marihuana y me “glifosateen” las orquídeas»”. Dijo con tono desesperado.

Actualmente, estoy haciendo una campaña puerta a puerta para que todos en el barrio siembren un mata de cannabis, ya sea para consumo interno o para obsequiarle al vecino marihuanero. Con este proyecto espero contribuir, en algo,  a reducir la violencia, fruto de los millones de dólares producto del narcotráfico, fuente principal de financiación de la guerrilla colombiana.


Siembra tu propia mata de cannabis y ayuda a liberar un secuestrado de las selvas colombianas.