jueves, 28 de junio de 2012

¿Por qué tanta indignación?


Me había prometido no hablar de política en este blog,  más que nada porque quiero que este sea un espacio de distracción donde el lector se desconecte de su realidad, se ría un poco y se divierta un rato. Sin embargo, debido a los últimos acontecimientos políticos ocurridos en el  país no puedo quedarme callada y dejar que esto pase como si nada.

Me sorprende la indignación de los colombianos por la aprobación de la reforma a la Justicia, y la inconformidad con el Congreso de la República.   Yo me pregunto, por qué tan enfurecidos, acaso no fuimos nosotros mismos los que con nuestro abstencionismo permitimos que otros eligieran por nosotros.  Para nadie es un secreto el alto índice de abstención en la clase media, lo cual permite que políticos corruptos sean elegidos con los votos que compran en los estratos bajos. Estratos donde la gente vende su voto engañados con la ilusión de un mejor futuro, por una teja o por un tamal. Si yo fuera una madre soltera de estrato uno, y con tres hijos, vendería no sólo mi voto sino  hasta el alma al diablo por un mercado.  

Pero y nosotros, la clase media, que no votamos y que nos sacudimos la responsabilidad electoral con la manida frase “A los gobernantes los eligen en los estratos bajos, yo para qué voto”. Usted ciudadano de estrato 3, 4, 5 y 6 que ha tenido la oportunidad de terminar el bachillerato, de acceder a un curso en el SENA,  de estudiar en un instituto técnico, en una universidad pública o privada. Usted que hace diez o más años no ejerce su derecho al voto, con qué cara viene ahora a quejarse. Qué potestad tiene para exigir mejores funcionarios públicos si como Pilatos se ha lavado las manos y ha dejado la responsabilidad de elegir a nuestros gobernantes en cabeza de los menos favorecidos; aquellos colombianos que no tienen educación y que se mueren de hambre. Ya Bolívar lo dijo en el Congreso de Angostura de 1819, “Un pueblo ignorante es instrumento ciego de su propia destrucción”. Al dejar las decisiones políticas en cabeza de los compatriotas que, por falta de oportunidades y por la desigualdad social, no han tenido acceso a una educación formal, hemos sido instrumentos ciegos de nuestra propia destrucción.

Usted señor ciudadano de clase media que se sienta todas las noches cuatro horas frente a el televisor a idiotizarse con novelas y realities, y que no se le ocurre nunca leer un proyecto de ley que cursa en el Congreso, por qué ahora se rasga las vestiduras con la reforma a la Justicia que hasta la semana pasada lo tenía sin cuidado. Usted señor ciudadano que hoy grita enardecido en las redes sociales que el Congreso debe ser revocado, dónde estaba el 14 de marzo de 2010 cuando con su inercia política  permitió que la maquinaria electoral eligiera  a quienes hoy queremos revocarle el mandato. Quizá estaba ese domingo 14 de marzo en la finca, jugando golf, en un paseo, durmiendo el guayabo o viendo un partido de cualquier liga, mientras otros decidían por usted.

Soy partidaria de un referendo revocatorio al mandato del actual Congreso de la República, pero también pienso, para qué, si de todas formas el día de las elecciones la apática clase media de este letárgico país va a dejar que los ciudadanos más pobres sean los que, de nuevo,  elijan a los hermanos, los tíos, los primos,  los sobrinos, de los hoy congresistas.

Martin Luther King dijo: "Lo preocupante no es la perversidad de los malvados sino la indiferencia de los buenos”. Sigamos indiferentes y ellos seguirán legislando a su favor y en contra nuestra. 

viernes, 22 de junio de 2012

Enredos de la red


Es un hecho que las redes sociales son una gran herramienta de movilización. Han tumbado regímenes dictatoriales,  organizado marchas de indignados,  ayudado a subir presidentes, echado abajo reformas a la justicia en repúblicas bananeras. Pero no nos digamos mentiras, para lo que más sirven es para averiguar chismes y para aparentar.

Entro en pánico cada vez que me encuentro en alguna de estas redes con un ex compañero de la universidad, o un ex colega de la época en la que tenía un trabajo “normal”, de esos de lunes a viernes de 8:00 a.m. a quién sabe qué horas, con media hora de almuerzo, dos horas diarias conduciendo de ida y vuelta, un jefe insoportable, compañeros estimables unos pocos,  y de los otros mejor no hablo porque sé que me leen algunos.  Cuando esos encuentros suceden, quiero esconderme debajo de la mesa del computador, porque ya sé lo que se me viene encima.

— Hola, Martha —o Gato según quien sea el interrogador—. Tiempo sin verte, ¿cómo has estado?

—Hola, fulanita. Yo bien, gracias, y tú.—digo tímidamente.


¡Ay, Dios! Para qué pregunté.

— Súper bien, me casé, tengo dos hijos divinos, no porque sean mis hijos, pero son una belleza tienes que conocerlos.  Mi marido, que digo marido, maridazo, es vicepresidente en una multinacional. Tenemos una casa espectacular en  Mesa de Yeguas, en el próximo puente hablamos para que vayas. Acabamos de llegar de Bali de una segunda luna de miel, si no conoces, tienes que ir.  Pero cuéntame de ti, la última vez que nos vimos eras gerente de una marca de agua embotellada, o era de un chocolate, o de una marca de lavaplatos. Bueno, ya no me acuerdo, pero lo que sí sé es que acababas de llegar de hacer el MBA.  ¿Dónde estás ahora? Ya te casaste, me imagino.

¡Mierda! Y ahora qué contesto, gerente, mercadeo, marca, agua, chocolate, lavaplatos, multinacional, marido. Ninguna de las anteriores.

— A ver, qué te digo, hace rato que no trabajo en mercadeo.

—Y entonces,  a qué te dedicas.

Y ahora cómo le explico a esta que tengo un blog y soy bloguera, que para la mayoría de personas es no hacer nada. Porque para muchos, escritor y holgazán son sinónimos. Y más aún en este país que si uno no es presidente de una compañía, gerente de algo, director de departamento, empresario o doctor, no es nadie.

—¡Bloguera! ¿y eso es un trabajo? —Es lo primero que me preguntan.

La ventaja de empezar la conversación por el cambio de profesión y de oficio es que la gente queda tan aturdida que no hay tiempo de pasar al tema del marido y los hijos.

—Sí claro, voy a leer tu blog. Mucha suerte y nos estamos viendo por acá. —dice la desconcertada interrogadora.

¿Cómo que por acá?, no íbamos para Mesa de Yeguas en el próximo puente.

Por cuenta de hacerle publicidad a mi blog, a ver si algún día puedo ir a Bali, me he inscrito a cuanta red social existe, la última a la que me uní fue Linkedin.  Todas mis expectativas de lo que es ser esnob, fueron superadas. Los cargos, aunque existe la opción de escribirlos en español, están la gran mayoría en ingles: owner, CEO, director, manager, assistant, analyst, consultant, etcétera, así la casa matriz esté ubicada, en un garaje, en Madrid (Cundinamarca). Como es una red de contactos profesionales se debe hacer una descripción del perfil o anexar la hoja de vida. Claro está que si usted no tiene un currículum vítae con títulos de universidades extranjeras, y que preferiblemente inicien por University of, mejor ni se asome por allá, que fijo hace el ridículo. Visto lo anterior, no sabía qué escribir, y como la opción de “it's complicated” no estaba, pues no me quedó más que poner writter, en inglés para darme caché. Sin embargo, de las casi doscientas solicitudes que envié para agregar a mis amigos a la red, no me han aceptado sino treinta y cuatro. Lo dicho, si uno es escritor, y no se ha ganado ningún premio, de inmediato queda en la categoría de los perezosos, borrachos y marihuaneros, que por mí está muy bien, pero es bastante injusto con los demás.

Por eso me gusta Twitter, porque en 140 caracteres nadie le cuenta estupideces ni le pregunta bobadas.

viernes, 15 de junio de 2012

¿Así, o más boba?


Este año, como cosa rara, recibí una cantidad enorme de regalos de cumpleaños: tres. El de mi mamá, el de mi hermano y el de mi mejor amigo. Tres paquetes rectangulares tamaño carta, por lo que de inmediato deduje que eran libros. Qué falta de creatividad, pensé. Cualquier persona que me conozca sabe que la mitad de mi salario lo invierto en libros, bien me habrían podido regalar unas gafas para leer, que bastante falta me están haciendo ahora con la presbicia. Pero en fin, puse cara de feliz cumpleaños, tres besos, tres agradecimientos y abrí los paquetes. El regalo de mi hermano Todas brujas: las ventajas de ser mala de Ana Von Rebeur; el de mi mamá ¿Por qué los hombres aman a las cabornas? De Sherry Argov; y el de mi mejor amigo The Rules de Ellen Fein y Sherrie Schneider. ¡Qué es esto? Dos libros de cómo conseguir pareja y un tercero de cómo dejar de ser tan imbécil. ¡Mierda! La señal no podía ser más evidente, las personas que mejor me conocen y que, asumo, más me quieren, piensan que soy una estúpida en relaciones amorosas y una tarada en las demás.  Al principio me dio rabia, no pues qué tal estos tan evolucionados, dando cátedra, yo también sé que libros les voy a regalar a cada uno de cumpleaños y no son precisamente Soy exitoso, millonario y feliz. Sin embargo, dejé lo que estaba leyendo en ese momento y empecé con Todas bujas: las ventajas de ser mala.  A los cuatro días ya había leído los tres. Hoy tengo un PhD (teórico) en cómo conquistar a Mr. Right y dejar de ser la imbécil que siempre he sido.

Primera recomendación de las maestras: Nunca persigas a un hombre. ¿Qué? ¿Cómo así que no? Y ¿por qué? Estas gurús de las relaciones plantean que a los hombres les gusta conquistar y no ser conquistados. Que a los hombres les encanta sentir la adrenalina que produce la incertidumbre de la aventura, que les atrae la dificultad de la misión y que entre más difícil sea la tarea con mayor obstinación la realizan. Tan brutos, pensé yo. Cómo que les atrae lo difícil, si las cosas entre más fáciles mejor, eso de luchar sin tregua por lo que se desea es pura retórica platónica. Como así pienso yo, asumía que todo el mundo pensaba igual, y es por eso que cuando estoy saliendo con alguien llamo, llamo y llamo con cualquier disculpa. Y sin disculpa también. Sherry Argov tiene la teoría que todo lo que se persigue tiende a huir. En eso sí le doy la razón.  Intente atrapar a una gallina, y vea como huye la maldita. Ahora que lo veo en retrospectiva, todas mis conquistas han huido como etíope en maratón.

Segunda recomendación de las maestras: Si el hombre con el que estás “flirteando” te llama el viernes a las siete de la noche a invitarte a salir, debes rechazar la invitación. ¿Cómo? ¿Y eso desde cuando? Según The Rules, para aceptar un “date” el viernes en la noche, el chico debe llamar por tarde el miércoles, si aparece después de ese día se debe rehusar la invitación, de lo contrario pareceremos desesperadas y completamente desprogramadas. Bueno, pero es que así estoy yo, o por qué creen que siempre escribo el blog los viernes por la noche, no será porque tengo una fila india de Pierces Brosnans en la puerta de mi casa.  Cómo es posible que en todos estos años a mí nadie me había dicho lo de la teoría del miércoles. Si el chico con el que estoy “flirteando” no me ha llamado el viernes a las siete de la noche, pues lo llamo yo, con cualquier disculpa o sin disculpa. Según leí, fue con estas reglas que Kate Middleton conquistó al príncipe Guillermo. Con razón  lo más cerca que he estado de un miembro de la monarquía ha sido del “Rey del despecho”, en Pereira City.

Tercera recomendación: Nunca, oye bien, nunca canceles tus actividades personales como ir a clase de yoga o ir a cine con tus amigas por salir con tu chico o esperar a que te llame. Si lo haces le enviarás el mensaje que estás desesperada por estar con él. Algo así más o menos era lo que decía en los libros. A mí lo único que me ha faltado es renunciar al trabajo para estar con el espantapájaros que me gusta. Pero estas señoras en qué mundo viven, cómo no va a estar uno desesperado por salir con cualquier homínido masculino cuando ha estado, digamos, 11. 5 meses sin salir con nadie, con todo y eso, pretenden que uno diga: no gracias, voy para cine con Anis, Mechis y Puchis. Que va, yo cancelo lo que sea y salgo corriendo con el sujeto.

Las historia sigue y sigue, pero mejor dejemos hasta acá porque donde continúe contándoles el resto de estupideces que he hecho durante todos estos años, pensarán ustedes, no sólo que soy una idiota, sino que todo es ficción.  Por si acaso, voy a poner en práctica las recomendaciones de las maestras.

viernes, 8 de junio de 2012

El afán es de la clase media


Para seguir en la línea de mis investigaciones sociológicas, realicé un estudio acerca del comportamiento apresurado de los usuarios de avión. No sé a ustedes, pero a mí siempre me ha parecido muy extraño que los viajeros salten de sus sillas, como si el avión fuese a explotar, apenas éste aterriza. No ha terminado el auxiliar de vuelo de decir en qué ciudad aterrizó el avión, cómo se llama el aeropuerto, la hora local y la temperatura exterior, cuando ya la muchedumbre está de pie en el estrecho pasillo haciendo tumulto y  atentando contra la seguridad de los demás pasajeros con computadores portátiles, maletas de mano, carteras y bolsas del Éxito. Debido al limitado espacio del pasillo, es casi imposible no ganarse, como mínimo, un codazo.

Aunque insisto para que me asignen la silla de la ventana, generalmente me dan la del pasillo, por lo que varias veces he sido víctima del afán de los viajeros.

—Me da permiso, por favor. —Dice la pasajera que está a mi lado, tan pronto el avión pone llantas en la pista.
—Señora, pero para dónde va, no ve que el avión no se ha detenido y la azafata dijo que no nos levantáramos de la silla por motivos de seguridad. —Contesto yo, en un acto de inusual tolerancia.
—Bueno qué, se va a mover o me paso por encima. —Increpa la apresurada viajera.

Ante semejante muestra de ímpetu latino y prisa colombiana, no me queda más que levantarme de la silla, darle paso a la apurada pasajera, para que ésta salga al pasillo a aumentar la congestión, y luego regreso a mi silla a ver el espectáculo.

Durante años me he dedicado a estudiar este curioso comportamiento de la idiosincrasia colombiana, no sé si en otros países suceda lo mismo, y he llegado a la conclusión que es una conducta típica de la clase media. En las aerolíneas comerciales viajan dos tipos de pasajeros: los ricos, que se ubican en clase ejecutiva y ni se enteran de lo que sucede atrás con el vulgo, y la inmensa clase media que se apeñusca en el pasillo apresurada para salir.  Los millonarios no viajan en esta clase de aerolíneas, ellos tienen su avión privado,  y los pobres o viajan en bus o no viajan. Es por eso que el estudio se centralizó en la clase media, que  aparte de todo es la gran mayoría de la población.

Dentro de los viajeros de clase media existen diferentes tipificaciones según la finalidad del viaje, a saber:

1. Viaje de negocios empleado subordinado:

Si el viajero va de trabajo, y es empleado, debe darse prisa porque en cualquier momento lo va a llamar el jefe a preguntarle:  

—Qiubo, Mario, ya terminó la reunión, qué tarifa negoció, qué plazo le dio, le pagaron la factura pendiente, pudo meterle al cliente los cañengos que tenemos en la bodega.

—Doctor, es que todavía no me he bajado del avión.

—¿Cómo así que no ha salido del avión? Apúrese, qué cree, que se fue a Pasto de turismo. Si quiere vaya y se da una vueltica por Las Lajas.

Es en ese momento cuando el pobre Mario, que va a mi lado, voltea y me dice:

— Usted es que se va a quedar ahí sentada esperando a que el avión vuelva a despegar o qué.


2. Viaje de negocios empleado independiente:

Si el viajero es independiente, el asunto del afán es aún peor, tiene que aprovechar al máximo el tiempo que va a estar en la ciudad, porque todos los gastos corren por cuenta de su bolsillo, del bolsillo de Alberto, que como buen ejemplar masculino aprovecha el viaje de negocios para darle vuelta a un “arrocito en bajo” que tiene en Medellín (Ver: ¿Por qué son infieles los hombres?).

—Hola bebe, ya llegué a Medellín. Tengo muchas ganas de verte, antes de la reunión paso por el apartamento y así nos vamos calentando para esta noche, ricura.

Después de hablar con su ricura, me mira y dice:

—Mami, levántese pues, que vamos es pa’fuera mi amor.


3. Viajero turista paquete promocional:

—Deyanira, mija, muévase que ya empezaron a contar los cinco días y las cuatro noches del Plan 25.
        Usnavy, papi, deje esos audífonos ahí.
        Leidi, coja la bolsa con la remesa y apure que vamos corriendo a conocer el mar.

La frase de viaje que mejor ejemplifica el afán de la clase media colombiana, es cuando uno está en el hotel durmiendo el guayabo después de una noche de “Marcha madrileña”, y en un ataque de filantropía el compañero de cuarto le dice: levántese, o fue que vino a dormir en euros.


Tanto los ricos como los pobres saben que por más que se apresuren su nivel de vida no va a cambiar de manera significativa. Sólo la arribista clase media es la que siempre está corriendo, para acercarse a los unos y alejarse de los otros.

viernes, 1 de junio de 2012

Cuarenta por detrás, cuarenta por delante



       —Señora, no se preocupe, eso es normal a su edad. —dijo el médico en urgencias.
       —¿A mi edad doctor? Pero si apenas estoy cumpliendo cuarenta años. —dije yo, al borde de un colapso.
       —El cuerpo humano es como los carros, se oxida con el tiempo. —dijo el médico con mucha desfachatez y sin asomo de vergüenza.

       Así fue como celebré mi cumpleaños número cuarenta, en la clínica y conectada a una bolsa de suero. No, precisamente,  a causa del guayabo de la fiesta de celebración. Con cocteles sí, pero de relajantes musculares, antiinflamatorios y Valium, para una lumbalgia causada, según el médico, por la “oxidación” de las vertebras lumbares, propia de la edad. Y como todo lo que empieza mal es susceptible de empeorar, apenas comenzaba el Vía Crucis.

       A los pocos días empecé a darme cuenta, al principio con extrañeza y luego con preocupación, que la gente comenzaba a llamarme con el título de señora o doña. Y sí, yo también creía, como seguro muchos de ustedes, que esos títulos nobiliarios se nos adjudican por nuestra impecable figura inglesa, o porque inspiramos respeto y admiración. Pero no se engañen, después de un minucioso estudio me di cuenta que tan alta distinción se nos confiere única y exclusivamente porque nos hemos vuelto viejos. Cuando uno es joven, las personas mayores que uno y las contemporáneas lo llaman por el nombre o por el apodo. A media que se va envejeciendo, los que antes eran mayores hoy están muertos o ni lo reconocen, y sólo quedan los contemporáneos y una gran masa de gente menor (para los que somos unos cuchos) quienes nos aplican el horroroso título de don, doña, señor o señora.  Si en un día lo llaman más de cinco veces con alguna de esas etiquetas váyase preparando, porque muy pronto le van a realizar su primer examen de próstata o su primera mamografía.  Y antes de lo que se imagina le van a decir “viejo verde” o “cuchibarbie atracacunas”.

       Yo creía que los cuarenta años era la mejor etapa de la vida, como le hacen creer a uno en Vanidades, Cosmopolitan y Buenhogar. De acuerdo con estas publicaciones es la edad en que la mujer combina con destreza la  madurez, la sabiduría y la experiencia adquiridas a través de la vida. Pero lo que no dicen estas revistas es que también con maestría y sin pausa se asocian las dolencias óseo-musculares con la presbicia, la gastritis, el colón irritable y hasta las hemorroides. Empieza el Calvario de los exámenes de colesterol, triglicéridos, azúcar, tiroides, corazón, hígado y riñones, y un interminable Rosario de  prohibiciones.

       Sin embargo, no todo es malo. A esta edad a uno ya no le importa, o al menos no debería importarle, lo  que la gente piense o diga de uno. Ver películas porno y decir que las vio. Hablar de sexo sin timidez y sin sentir que es pecado. No ir a entierros, matrimonios, bautizos ni fiestas de primera comunión por compromiso. En mi caso personal, la sabiduría que me confieren cuarenta años de incesantes malas decisiones me permite quedarme en casa un viernes por la noche viendo Dr. House, en vez de salir con el primer espantajo del sexo opuesto que aparezca.  He eliminado sin remordimientos varios “amigos” de mi cuenta de Facebook, de mi libreta de teléfonos, de mi Messenger y de mi vida. 

       Es una época de análisis y reflexión, donde se evalúa lo que se ha hecho y lo que se ha dejado de hacer en estos años de recorrido. Aún hay tiempo de cambiar lo que no nos gusta, de ir en búsqueda de nuestros sueños. De encontrar la felicidad que está dentro de nosotros, pero que no la vemos por estar buscándola por fuera: en la pareja, el trabajo, los hijos, el dinero. Bucear hacía las profundidades de nuestro ser y descubrir nuestra esencia, nuestra divinidad. Mirar hacia delante con alegría y optimismo. No importa la edad que se tenga, mientras estemos en esta vida aún podemos renacer.

Mejor me voy a dormir porque ya parezco Deepak Chopra.