martes, 24 de abril de 2012

De tetas y otras cuestiones


Nunca he pertenecido a ninguna cofradía, hermandad, secta o algo que se le parezca. No creo en las demostraciones de afecto colectivo, el compañerismo desinteresado o el apoyo incondicional que se ofrece en esos sitios. Luchar por causas filantrópicas,  salir a la calle con carteles y  gritar consignas, me parece no sólo ridículo sino inútil, y más cuando la turba que grita enardecida es de mujeres (con el perdón de mis congéneres). Por más que yo sea mujer, no puedo negar lo histéricas que somos, no cada veintiocho días como algunos pretenden hacernos creer, sino cada veintiocho minutos.


Por eso cuando me vi recorriendo las calles de la ciudad acompañada de más o menos doscientas mujeres perturbadas, bullosas, enajenadas; y cincuenta hombres igual  de ofuscados, con carteles en la mano y gritando: “Exigimos una solución a nuestras prótesis mamarias”, no lo podía creer.  Me sentí alienada, había perdido la razón y ni hablar de la dignidad. Allí estaba, pancarta en mano y con mis nuevas amistades luchando por una causa común: que nos quitaran y repusieran las prótesis mamarias PIP.

No puedo negar que a mi oscura moralidad le gustaba pertenecer a una perturbada colectividad. Sin embargo, no  vayan a creer que la lucha conjunta con mi heterogénea hermandad la hacía de manera desinteresada. No soy lo que se diga una Madre Teresa. Si voy a luchar por algo es por mi propio beneficio y no por las ballenas del Ártico. Por eso cuando supe que se habían conformado grupos de protesta que exigían una reparación inmediata a las perjudicadas por las prótesis PIP, no dudé en salir corriendo a ver qué podía ganar.
   

Ni siquiera sabíamos a quién reclamarle o en donde protestar, ya que todos jugaban a Pilatos: los médicos decían que el responsable era el Invima, el Invima que era la empresa fabricante. La empresa fabricante, con sede en Francia, había sido declarada en bancarrota en 2010, y  su propietario, un ex carnicero de 72 años, preso.  En conclusión, teníamos que ir a Francia a reclamarle al gobierno francés. Así que ni modo, me tocó guardar el cartel, despedirme de mis “nuevas amigas” y regresarme a mi casa, con el rabo entre las patas y las tetas rotas.
 
Varios días después de nuestra fallida manifestación salió el tan anhelado comunicado del gobierno, bastante desfachatado y pasado de cínico. Decía que nos iban a explantar las prótesis, pero que no nos implantarían unas nuevas. Las nuevas implantaciones se harían sólo en los casos de cirugías reconstructivas, pero no en las estéticas. Qué salomónica decisión. A ver, para que nos vamos entendiendo señores funcionarios, si nos pusimos las prótesis mamarais era porque queríamos tetas grandes, voluptuosas y paradas, no un saco de pellejo blandito y descolgado hasta el ombligo.

Que el Estado no tiene porque pagar por la vanidad de las mujeres, decían algunos. Sí, es verdad, lo acepto. Pero por lo que sí tiene que pagar es por las consecuencias derivadas de la negligencia de su trabajo. Trabajo que consiste en realizar los estudios suficientes y necesarios a los medicamentes y, en este caso en particular, a las prótesis que iban a ser implantadas  en el cuerpo humano. No estamos hablando de un champú  anticaspa o de una crema antiarrugas, no señores, es algo un poquito mas delicado.  Está bien creer en la buena fe de los fabricantes, pero no está de más revisar de vez en cuando si lo que dicen los documentos es verídico. ¡No qué a los colombianos nos sobra “malicia indígena”, qué somos muy vivos y qué nadie nos mete goles! Los funcionarios del Invima podrán ser muy indígenas, pero de malicia poco.

No volví a saber de mis compañeras de lucha. Añoro esos momentos insólitos de confraternidad del género femenino, transexual, transgenerista. La organización armada de letreros y proclamas desapareció como desaparecieron nuestras grandes, paradas y hermosas tetas, las que en el  pasado mostrábamos con orgullo, las que ayudaron por años a levantar nuestra autoestima (y otras cosas), y las  que hoy no son más que una masa siliconada, amorfa y estallada.

Como siempre sucede en este país, se hizo un escándalo por algunos días, pero luego nadie volvió a hablar del tema. Las asociaciones feministas guardaron silencio, pareciera que esto no fuera con ellas. La razón salta a la vista. Huelo en el ambiente un tufillo a quién las manda, eso les pasa por vanidosas, brutas y vacías. De esta experiencia aprendí que la indolencia y la indiferencia son el cáncer de la sociedad, por eso a partir de hoy saldré a la calle a gritar a favor de los osos polares, en contra de los asesinatos en Bahréin, las violaciones a mujeres en Nigeria. Porque yo podré ser siliconuda y hueca, pero nunca más indiferente.

1 comentario:

  1. algunos tienen que vivir la injusticia para tratar de no ser indiferente, las cientos de organizaciones, sectas, cofradias y demas son de personas que no toleran mas este caos que siempre hace victimas a los menos favorecidos.si por algun momento nos pudieramos armar de valor y no ceder ante la basura gubernamental talvez pasara algo

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