Aprovecho la
indignación que nos invade por estos días, como consecuencia de la
discriminación y el atropello del que fuimos objeto las mujeres por causa de
nuestro peso corporal, para sumarle a esta ola de reclamos los de otras
colectividades de damas. Mujeres, que de igual manera han sido excluidas por no
encajar dentro de los estereotipos de la aún oscurantista sociedad del siglo
XXI.
Me refiero a las mujeres que ejercen su sexualidad de manera libre y
abierta, y a quienes muchos llaman “putas” aunque no reciban dinero por la
franca manifestación de su vida sexual ni su oficina sea un burdel. A las
mujeres que tienen una inclinación sexual distinta a la heterosexual, a quienes
aún se les llama despectivamente lesbianas, y se les mira con recelo y algo de
temor. Las mujeres que han optado por vivir sin un vínculo matrimonial o una
pareja conyugal, y a quienes se les relega con el antipático apelativo de
solteronas. Son estas mujeres las brujas modernas, las hechiceras
contemporáneas, y como sus antecesoras, un peligro para la moral y las buenas costumbres.
Por eso han ido a parar a la hoguera de las exclusiones. Aunque existen otros
grupos de mujeres igualmente discriminadas, sólo hablaré de estos tres para no
hacer muy largo mi discurso.
Salirse de los esquemas y paradigmas no sólo es difícil, sino peligroso,
cuando uno rompe los arquetipos morales sobre los cuales se ha construido
la sociedad a través de los siglos, y se sale de lo “políticamente correcto”,
corre el riesgo de ser estigmatizado y convertirse en víctima de lo que el sociólogo
Stanley Cohen denominó “Pánico moral”. Por mi parte me doy el lujo de
contribuir a dicho pánico con varias inmoralidades simultáneamente. Para unos
soy puta, para otros solterona. Hay quienes piensan que soy lesbiana. Y todos
absolutamente todos coinciden en que soy bruja.
Para muchos soy puta porque escribo y hablo de sexo sin tabúes sin
tapujos y sin censura. Porque considero la sexualidad como una más de las
funciones del cuerpo humano, lo mismo que respirar. La masturbación como
la estimulación de los órganos genitales, así como se estimula cualquier otro
órgano para que no se atrofie. Porque compro más juguetes sexuales que zapatos,
y porque prefiero el buen cine porno a las llorosas telenovelas de la noche.
Porque tengo una gran colección de literatura erótica y mi manual de
supervivencia es El erotismo, de Bataille. Ya ni siquiera hay que cobrar por
los servicios sexuales prestados o trabajar en un prostíbulo para que los
adalides de la moral nos asignen el honroso título de puta. Agradezco a la
sociedad, que sin merecérmelo, me ha ubicado al mismo nivel de las exquisitas
Hetairas griegas.
Para otros soy lesbiana porque cuento entre mis mejores amigas a unas
estupendas mujeres homosexuales, y como si esto fuera poco, le sumo a mi amistad
con las chicas gay la dicha de ser soltera o si lo quieren solterona. Es por
esto que algunos empiezan a dudar de mi inclinación sexual y a decirse: si no
se ha casado por algo será. De inmediato entro a la clasificación de lesbiana.
Distinción ésta, que tampoco merezco, pero que acepto gustosa, porque de nuevo
volvemos a la Antigua Grecia, a la hermosa e inteligente Safo y a sus
bellísimas discípulas de la isla de Lesbos.
Sin embargo, el apelativo que más me gusta es el de solterona, porque es
sin duda el que la gente más disfruta insinuándomelo. Las quedaditas no
tenemos, por ejemplo, “La marcha del orgullo de ser soltera”, ni bares para
cuarentonas solteronas, ni organizaciones en pro de la defensa de los derechos
de las que nos dejó el tren. Hacemos parte de la subcultura de la lástima y
sólo podemos aspirar a vestir santos o a desvestir borrachos. A la gente le
encanta llamarnos solteronas, y no solteras, porque claro, la connotación no es
la misma. En el inconsciente colectivo, una mujer soltera es una mujer
joven, hermosa y feliz, que aún tiene esperanza de conseguir marido. Sin
embargo, una solterona es vieja, fea y amargada, ya quemó todos sus cartuchos.
No tuvo hijos, que es para lo que las mujeres, supuestamente, fuimos creadas. Yo
me declaro una solterona hermosa y dichosa.
No nos tengan tanto miedo
que no comemos niños, sólo mayores de edad. Embrujamos sí, pero con la sonrisa
y una buena conversación. Enloquecemos a los hombres, pero sólo en la cama. Y
matamos, pero con la mirada.
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Llaman "solteronas" de modo despectivo a una mujer soltera, l@s que envidian la libertad de una mujer soltera, envidian que las mujeres solteras no tengan que dar explicaciones a nadie, envidian que las mujeres solteras sean sin haberse casado muchisimo más felices que ell@s, que después de varios años de matrimonio se han convertido en unos amargados.
ResponderEliminarEstoy muy orgullosa de ser una mujer soltera, y no cambiaría mi libertad y felicidad de ser soltera por nada del mundo.