Recientes
estudios acerca de la química del amor, investigaciones realizadas a partir de
escanografías cerebrales, han determinado que el impulso sexual, ese que
produce adicción, euforia, ansia, obsesión, compulsión y distorsión de la
realidad. Ese que crea dependencia física y cambio de personalidad, y del que
cada vez necesitamos un poquito más para poder vivir, se debe a un coctel
hormonal cuyos ingredientes son: la dopamina, la norepinefrina y la serotonina.
Cuando estas tres hormonas entran en acción los humanos perdemos la razón. Y al
igual que los adictos a las drogas decimos: “no puedo vivir sin ti”. Yo sin
embargo, seguiré tomando margaritas, porque a mí los cocteles me gustan con
licor no con hormonas.
Vivir en ese estado de euforia sería como estar, permanentemente, bajo el
efecto de la cocaína o los opiáceos, ya que estas drogas activan en el
cerebro las mismas zonas que se estimulan en un cerebro enamorado. A falta de
un loco amor, bien está una adicción. Pero como en toda fiesta no falta el
amargado; el cerebro tiene su propio Olafo, el hipotálamo, que al cabo de
un tiempo entra a estabilizar las emociones segregando vasopresina y oxitocina,
las encargadas de transformar el impulso sexual en amor romántico, en
lazos de afecto y generosidad. Y se acabó la juerga, porque a partir de ese
momento empezamos a sentir cariño por nuestra pareja. La locura del impulso sexual
se transforma en un sentimiento de calma, seguridad y unión con una pareja de
larga duración. Bueno, si es que a cuatro años, que según los científicos es el
tiempo que dura el amor romántico, se le puede decir larga duración. Y hasta
ahí nos llegó la monogamia.
No es que yo creyera en el amor eterno, porque como dicen por ahí; no estamos
en época de soñadores. Pero tampoco sabía que le habían dado a la monogamia
fecha de caducidad como a los yogures. Hay marcas de vehículos que dan hasta
cinco años de garantía, más de la que da el matrimonio, o al menos la
monogamia. Por eso es mejor comprar carro que casarse. Dos
años de garantía me dieron por un ventilador que compré ayer, la mitad de la
que da el amor eterno. ¡Qué horror! La garantía de un electrodoméstico sabe uno
donde reclamarla, pero quién responde por la de la pareja que cumplió su ciclo
monógamo y decidió abandonarnos. Sólo queda ir a llorar al consultorio del
psiquiatra.
Con esta información dándome vueltas en la cabeza, busqué en Google más datos
al respecto. Lo que me encontré, no fue para nada alentador. Por ejemplo,
dicen los que saben, que los seres humanos no estamos biológicamente diseñados
para ser monógamos permanentes, somos monógamos seriados. O sea que
mantenemos relaciones monógamas mientras aparece una nueva, lo cual algunas
veces nos convierte en polígamos o al menos en bígamos, ya que mantenemos
relaciones simultáneas mientras terminamos la anterior. En otras palabras,
mientras nos decidimos si es mejor malo conocido que bueno por conocer.
Entre más investigaba más me sorprendía. Las estadísticas muestran que la
duración promedio de un matrimonio hoy en día es de diez años. ¡Nada! dije
estupefacta. Sin embargo, me puse a hacer cuentas, y saqué por conclusión que
si la monogamia dura cuatro años y el matrimonio diez, a mí me favorece.
Ninguna de mis relaciones ha resistido más de seis meses, con lo cual si alguna
llegase a subsistir (o a aguantarme) cuatro años, estaría incrementando
mis utilidades en un 700%. Ningún negocio por ilícito que sea produce
tantos beneficios.
Un concepto que me sorprendió bastante fue el del amor confluente. En el
amor confluente las personas se sienten íntegras y completas por sí solas y las
relaciones de pareja sólo vienen a aportarles satisfacción sexual y
afectiva. En el amor romántico, en cambio, los individuos sienten que no están
completos sin su “media naranja”. En el amor confluente no existe un termino de
duración, la relación permanece durante el tiempo que se mantiene el interés de
los involucrados. Da igual importancia a la satisfacción sexual como a la
afectiva. A mí, personalmente, este concepto de amor me convenció. De ahora en
adelante me bautizaré en la practica del amor confluente, se acabaron las
naranjas, los melones, las almas gemelas y cualquier otra cosa que
necesariamente vaya de a dos hasta que la muerte los separe.
Si la ciencia y los hechos nos muestran que no estamos diseñados para mantener
relaciones monógamas durante toda la vida con la misma pareja, por qué
nos empeñamos en conservar la idea del amor eterno. Este arquetipo del amor
genera en los individuos sentimientos de culpa y responsabilidad cuando
una relación, que supuestamente era para toda la vida, se termina. Condiciona,
especialmente a la mujer, a tener una pareja como su única estructura de
valoración, lo cual la hace dependiente del hombre, hasta el punto de aguantar
todo tipo de maltrato físico y emocional con tal de no ser abandonada. Obliga
muchas veces a un miembro de la pareja a estar atado a una relación que no lo
hace feliz sólo porque así lo establece la sociedad y la moral. El divorcio,
muchas veces produce en el individuo sentimientos de frustración e incapacidad
por no haber cumplido con el mandato divino.
Mis más sinceras felicitaciones y mis mejores deseos para quienes logran
mantener una pareja durante toda la vida. Pero que no sea un estigma o una
condena para quienes no. Cuando una relación se termina el mundo no se acaba,
se inicia un nuevo ciclo químico. Y siempre llegará otra mejor.
También puede leerme en: Kien & Ke - Kien bloguea
No hay comentarios:
Publicar un comentario