—Señora, no se
preocupe, eso es normal a su edad. —dijo el médico en urgencias.
—¿A
mi edad doctor? Pero si apenas estoy cumpliendo cuarenta años. —dije yo, al
borde de un colapso.
—El cuerpo
humano es como los carros, se oxida con el tiempo. —dijo el médico con mucha
desfachatez y sin asomo de vergüenza.
Así fue como
celebré mi cumpleaños número cuarenta, en la clínica y conectada a una bolsa de
suero. No, precisamente, a causa del
guayabo de la fiesta de celebración. Con cocteles sí, pero de relajantes
musculares, antiinflamatorios y Valium, para una lumbalgia causada, según el médico,
por la “oxidación” de las vertebras lumbares, propia de la edad. Y como todo lo
que empieza mal es susceptible de empeorar, apenas comenzaba el Vía Crucis.
A los pocos días
empecé a darme cuenta, al principio con extrañeza y luego con preocupación, que
la gente comenzaba a llamarme con el título de señora o doña. Y sí, yo también creía,
como seguro muchos de ustedes, que esos títulos nobiliarios se nos adjudican por nuestra impecable figura inglesa,
o porque inspiramos respeto y admiración. Pero no se engañen, después de un
minucioso estudio me di cuenta que tan alta distinción se nos confiere única y
exclusivamente porque nos hemos vuelto viejos. Cuando uno es joven, las
personas mayores que uno y las contemporáneas lo llaman por el nombre o por el
apodo. A media que se va envejeciendo, los que antes eran mayores hoy están
muertos o ni lo reconocen, y sólo quedan los contemporáneos y una gran masa de
gente menor (para los que somos unos cuchos)
quienes nos aplican el horroroso título de don, doña, señor o señora. Si en un día lo llaman más de cinco veces con
alguna de esas etiquetas váyase preparando, porque muy pronto le van a realizar
su primer examen de próstata o su primera mamografía. Y antes de lo que se imagina le van a decir
“viejo verde” o “cuchibarbie atracacunas”.
Yo creía que los
cuarenta años era la mejor etapa de la vida, como le hacen creer a uno en Vanidades, Cosmopolitan y Buenhogar. De acuerdo con estas publicaciones es la edad en que la
mujer combina con destreza la madurez, la
sabiduría y la experiencia adquiridas a través de la vida. Pero lo que no dicen
estas revistas es que también con maestría y sin pausa se asocian las dolencias
óseo-musculares con la presbicia, la gastritis, el colón irritable y hasta las
hemorroides. Empieza el Calvario de los exámenes de colesterol, triglicéridos,
azúcar, tiroides, corazón, hígado y riñones, y un interminable Rosario de prohibiciones.
Sin embargo, no todo es malo. A esta edad
a uno ya no le importa, o al menos no debería importarle, lo que la gente piense o diga de uno. Ver
películas porno y decir que las vio. Hablar de sexo sin timidez y sin sentir
que es pecado. No ir a entierros, matrimonios, bautizos ni fiestas de primera
comunión por compromiso. En mi caso personal, la sabiduría que me confieren
cuarenta años de incesantes malas decisiones me permite quedarme en casa un viernes por la noche
viendo Dr. House, en vez de salir con el primer espantajo del sexo opuesto que aparezca. He
eliminado sin remordimientos varios “amigos” de mi cuenta de Facebook, de mi
libreta de teléfonos, de mi Messenger y de mi vida.
Es una época de
análisis y reflexión, donde se evalúa lo que se ha hecho y lo que se ha dejado
de hacer en estos años de recorrido. Aún hay tiempo de cambiar lo que no nos
gusta, de ir en búsqueda de nuestros sueños. De encontrar la felicidad que está
dentro de nosotros, pero que no la vemos por estar buscándola por fuera: en la
pareja, el trabajo, los hijos, el dinero. Bucear hacía las profundidades de
nuestro ser y descubrir nuestra esencia, nuestra divinidad. Mirar hacia delante
con alegría y optimismo. No importa la edad que se tenga, mientras estemos en
esta vida aún podemos renacer.
Mejor me voy a dormir porque ya parezco Deepak Chopra.
40 y 20..... muy bueno, me gusto mucho lo del cocktail... jaja
ResponderEliminarFresca que yo le seguiré diciendo gato porque doña gato o señora gato si que suena horripilante.
ResponderEliminarFelices cuarenta !!!!
Que gracias, doña Menchi
EliminarMuy buen apunte. Ya me estoy convirtiendo en fan tuyo. Por cierto: no sobra traer a colasión ese detestable dicho de que "vieja la cédula". Cretinos. La cédula no envejece, envejece el propietario, pero se niegan a reconocerlo. Pelean contra la vida; contra lo inevitable. Y en el camino se vuelven insufribles. No hay nada más detestable que una cuchibarbie con pelo teñido cabulla, esqueleto y chicles exhibiendo la celulitis. Amén de los que dejan de disfrutar de esta pecueca existencia dizque para mantenersen "saludables". ¿Que quiéren? ¿Llegar a la tumba enteros como si nu hubieran vivido, como un carro cero kilómetros guardado en el garaje? Es preferible el criterio de Jim Morrison: que te entierren vuelto mierda, así sea temprano, porque viviste plenamente. Igual, en eso nos vamos a convertir...
ResponderEliminarAcabo de comenzar a leer y está una nota. Yo voy por mis veintitantos, pero creo que me identifico mucho con el blog de hoy.
ResponderEliminarMe gusta muy mucho tu blog. Me recuerda que ya necesito gafas.
ResponderEliminarBienvenido al club de los que necesitamos gafas
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