Les agradezco inmensamente a todas aquellas hermanas
feministas que desde hace años han luchando por la equidad, la inclusión y la igualdad
entre los géneros. Que nos han enseñado
nuestros derechos y nos han motivado a luchar por ellos, a ser oídas,
respetadas y valoradas. Realizan, sin
duda, una magnífica tarea y es por eso que desde acá quiero hacer un reconocimiento
a todas y cada una de las mujeres, y hombres, que han batallado por disminuir la
desigualdad.
Sin embargo, tanta
igualdad en nombre de los derechos de las mujeres me agobia. Que quede claro: yo no soy igual a ningún hombre. Soy
sensible emocionalmente, expreso mis sentimientos, lloro sin motivo. Me gustan
las rosas, los chocolates, los poemas, las serenatas y los abrazos. Soy débil
físicamente, no puedo cargar cajas, empujar materas y a veces ni abrir botellas
de gaseosa. Y aunque no necesito un hombre
en mi vida para ser feliz, sí lo quiero para compartir mi felicidad.
Puede ser que existan mujeres autosuficientes, algo así como
“las chicas súper poderosas”, pero ese no es mi caso. Las mujeres que hacen de todo: trabajan, cuidan
los niños, atienden la casa, están pendientes del marido y, como si esto fuera
poco, velan por el resto de la familia; todo en nombre, y a causa, de la
liberación femenina, no merecen menos que mi admiración y respeto. Ni hago ni
haré nunca esa cantidad de labores, ¡qué cansancio! La liberación femenina ha
hecho que nos llenemos de tareas y aparentemos ser capaces de cualquier cosa.
De lo que tenemos que liberarnos es de los nuevos roles impuestos por la
posmodernidad. De qué nos sirve tener un alto cargo ejecutivo sino tenemos
tiempo para una tarde de Spa con las amigas.
De qué
nos vale poseer una gran cantidad de títulos universitarios si ni siquiera sabemos que existen los vibradores Rabbit doble cabeza, y si sabemos no
tenemos con quien usarlos. Para qué tanta intelectualidad postiza permanente si
lo que de verdad nos gusta son los chimes de la farándula, salir de compras y
ver películas de amor. Para qué fingir ser la reencarnación de Margaret Tatcher si nos morimos por un
beso, un ramo de rosas rojas y un poema de Neruda. ¿Para qué todo eso? ¿Para parecernos
a los hombres? Pues yo no quiero ni parecerme ni ser igual a ningún hombre.
Consciente o inconscientemente hemos llegado al punto de no
expresar nuestros verdaderos sentimientos hacia los hombres por miedo a que el
sujeto salga corriendo, para nadie es un secreto la falta de compromiso emocional
de algunos varones y el pánico que le tienen a cualquier señal que indique
deseo de compromiso por parte de la mujer. La apatía emocional masculina no se
cura con indiferencia y frialdad. Cómo podemos exigir besos, abrazos, ternura y
amor si nos hemos igualado tanto a los caballeros que lo único que nos falta
es la navaja y el destornillador en la cartera. Pues yo me niego a ocultar mis
sentimientos y a comportarme, en nombre de la liberación femenina, igual que los
hombres.
Hoy en día
ningún hombre le abre a uno la puerta del carro (si es que alguna vez lo
hicieron, o es otro mito urbano. Yo sólo lo he visto en las películas en blanco
y negro). A mí me gustaría que me corrieran la silla, me mandaran flores, me
regalaran chocolates y me llevaran serenatas. Los hombres dejaron de hacerlo.
¿Por que? No lo sé. Pero tengo una hipótesis: no lo hacen porque ya no
necesitan conquistarnos. En la posmodernidad somos las mujeres las que
prácticamente cortejamos a los hombres, en nombre de la igualdad de géneros, de
la autonomía sexual y de la emancipación que hemos alcanzado. Y no digo que esté
mal o que quisiera que volviéramos atrás el calendario cuando las mujeres nos
quedábamos en la casa esperando al príncipe, me parece bien tener la iniciativa
y salir, si se quiere, a buscar el consorte. Lo que quisiera es que se recuperaran
algunas bellas costumbres del arte amatorio.
También me niego, en nombre de la revolución sexual, a comprar
amor con sexo. Es por eso que voy a iniciar una cruzada para rescatar, al
menos en mi vida, el romanticismo, el amor, la feminidad, la poesía y todo lo
que sea cursi. Menos a Ricardo Arjona.
Sencilla y positivamente cierto todo lo que se dice en este escrito,mas claro no se puede. Me identifico plenamente, ademas escribe delicioso!
ResponderEliminarHola, Karolina, muchas gracias por leerme. Un abrazo.
ResponderEliminar¡Uy si! ese Ricardo Arjona es terrible.
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