Hace algunos días leí en el libro Por qué duele el amor, cómo son satanizadas las “relaciones
asimétricas”, relaciones en las cuales, supuestamente, las mujeres se
encuentran en una posición de desventaja; ya sea por su nivel económico, social,
educativo o cultural. Y cómo se enseñan códigos de comportamiento para
“relaciones simétricas”. Desde dicho precepto un hombre en una posición
superior, como por ejemplo un jefe o un docente, no debe decirle a una mujer de
una posición inferior; alumna o subalterna “te queda muy bien esa falda” o “que
bonitas piernas tienes”. ¿Cómo? O sea que los únicos piropos políticamente
correctos serían “que buena tesis de doctorado hiciste” o “admiro tu cociente
intelectual, estamos en el mismo rango,
podemos tener una relación simétrica”. Mierda, con razón estamos como estamos y
ya los hombres no se atreven a decirnos ningún piropo, de miedo a una demanda
por acoso sexual o a un plantón feminista en la puerta de la casa. Y ni hablar
de la jurásica abierta de la puerta del carro o, la que más me gusta, la
insistencia masculina por pagar las
cuentas, incluida la tarjeta de crédito de la amada.
Para mí,
otro de los legados silenciosos del feminismo trasnochado es el supuesto que
las mujeres solamente debemos sostener relaciones sentimentales (porque
sexuales sí con cualquiera, amén del feminismo trasnochado) con hombres
de igual o superior nivel socioeconómico, cultural o educativo, a lo que se le
denomina homogamia e hipergamia, respectivamente. A mi modo de ver es otra tara
mental, como si no tuviéramos suficiente con las del sexo, el matrimonio y la
maternidad. Mientras que los hombres practican a sus anchas la “contodasgamia”.
Las mujeres también tenemos derecho a mantener relaciones de
pareja con hombres menores, buenones, culones y piernones, de un menor nivel
económico, social y cultural. Arribistas y advenedizos, cómo no. Eso no es
privilegio únicamente del género masculino. Y entonces dónde queda la tan
nombrada equidad e igualdad que tanto gritan algunas por ahí. Yo me niego a
aceptar ese condicionante de la sociedad actual y de las relaciones modernas.
Más que nada me
niego a tal desfachatez, porque el tamaño
del mercado se minimiza si nos ponemos de exigentes. Con lo difícil que está
echarle mano a un hombre, no sólo porque según las estadísticas mundiales son
menos que nosotras, sino porque si a eso le sumamos que la competencia es con
toda la que camine en tacones y se contonee, pues la cosa se pone cada vez más peliaguda.
Y porque es otra forma de machismo. Ellos sí, pero nosotras no. ¡Qué bonita
igualdad de género! Yo por mi parte no acepto encasillarme en este nuevo tipo
de patriarcado, donde las mujeres no tenemos libertad para emparejarnos con
quien nos atrae debido a la mirada inquisidora, el dedo señalador y el
comentario cizañero: “Fulanita, anda con uno del barrio que no toca”.
Se les informa
que la infidelidad y el maltrato físico, emocional y sicológico no tienen ni
estrato social ni nivel cultural. Y a mí si me van a poner los cachos prefiero
que sea alguien con culo, piernas, brazos, entre otras cosas duras.
Sí, buena la igualdad. Tu propuesta/exigencia es apenas justa. Pero si quieres igualdad tendrías que desmontarte de muchos otros lugares comunes que campean en tu escrito y que están insertados profundamente en la consciencia colectiva, como aquello de "echarle mano a un hombre" o "si la competencia es con toda la que camine en tacones y se contonee". Ese tipo de trampas culturales en que nos hemos metido las mujeres (con el conveniente empujón masculino) nos llevan a ser posesivas, a reaccionar con 'mechoniada' cuando 'la otra' nos quita el marido, a llantos de telenovela y desgarrada de vestiduras cuando un tipo 'nos pone' los cuernos. Lo cierto es que vivimos las relaciones bajo los patrones heredados de la época del Quijote que nos trajo hasta nuestros días de la mano a las telenovelas, impulsados y patrocinados por la Iglesia y el Estado para ejercer un control social. Para dividirnos y catalogarnos en muy poquitos grupos fáciles de contabilizar de normatizar.
ResponderEliminarEl ideal sería desmotar las relaciones de pareja de todos esos lugares comunes y darles nueva vida, nuevo aire, un enfoque verdaderamente contemporáneo donde no importe el género, la posesión, la duración, libres y ligeras verdaderamente desprovistas de una carga cultural de la que somos muy poco conscientes. Donde la fidelidad no sea una exigencia sino una decisión. Donde el concenso sea la única ley.
Gracias, Marta Lucía, por tu comentario.
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