viernes, 26 de abril de 2013

¡Me mamé del feminismo!


         Les agradezco inmensamente a todas aquellas hermanas feministas que desde hace años han luchando por la equidad, la inclusión y la igualdad entre los géneros.  Que nos han enseñado nuestros derechos y nos han motivado a luchar por ellos, a ser oídas, respetadas y valoradas. Realizan,  sin duda, una magnífica tarea y es por eso que desde acá quiero hacer un reconocimiento a todas y cada una de las mujeres, y hombres, que han batallado por disminuir la desigualdad.



       Sin embargo, tanta igualdad en nombre de los derechos de las mujeres me agobia. Que quede claro: yo no soy igual a ningún hombre. Soy sensible emocionalmente, expreso mis sentimientos, lloro sin motivo. Me gustan las rosas, los chocolates, los poemas, las serenatas y los abrazos. Soy débil físicamente, no puedo cargar cajas, empujar materas y a veces ni abrir botellas de gaseosa.  Y aunque no necesito un hombre en mi vida para ser feliz, sí lo quiero para compartir mi felicidad.



       Puede ser que existan mujeres autosuficientes, algo así como “las chicas súper poderosas”, pero ese no es mi caso.  Las mujeres que hacen de todo: trabajan, cuidan los niños, atienden la casa, están pendientes del marido y, como si esto fuera poco, velan por el resto de la familia; todo en nombre, y a causa, de la liberación femenina, no merecen menos que mi admiración y respeto. Ni hago ni haré nunca esa cantidad de labores, ¡qué cansancio! La liberación femenina ha hecho que nos llenemos de tareas y  aparentemos ser capaces de cualquier cosa. De lo que tenemos que liberarnos es de los nuevos roles impuestos por la posmodernidad. De qué nos sirve tener un alto cargo ejecutivo sino tenemos tiempo para una tarde de Spa con las amigas.  De qué nos vale poseer una gran cantidad de títulos universitarios si ni siquiera sabemos que existen los vibradores Rabbit doble cabeza, y si sabemos no tenemos con quien usarlos. Para qué tanta intelectualidad postiza permanente si lo que de verdad nos gusta son los chimes de la farándula, salir de compras y ver películas de amor. Para qué fingir ser la reencarnación de Margaret Tatcher si nos morimos por un beso, un ramo de rosas rojas y un poema de Neruda. ¿Para qué todo eso? ¿Para parecernos a los hombres? Pues yo no quiero ni parecerme ni ser igual a ningún hombre.

            No compro el cuentico ese que nos han tratado de vender que no necesitamos de los hombres y que son ellos los culpables de todas nuestras miserias. Que la depilación es un instrumento del machismo para someternos y esclavizarnos,  y por eso en nombre de la liberación debemos andar peludas por la vida como las primas chimpancés, que las dietas son el verdugo de la igualdad y las ballenas el icono de la equidad,  que las arrugas son un don divino y las canas la más sublime expresión de rebelión. ¡Al carajo con eso! Respeto profundamente esos postulados feministas, pero al igual que los dogmas religiosos no los comparto. Me niego a dejarme encasillar, ya sea por los cánones de belleza occidental o por las propuestas reformistas feministas. Por la Biblia o el Corán. Dogma es dogma, venga de donde venga. Cada cual que haga lo que quiera con su vida, sin que su comportamiento sea visto como una ofensa al movimiento feminista. 
       
       Consciente o inconscientemente hemos llegado al punto de no expresar nuestros verdaderos sentimientos hacia los hombres por miedo a que el sujeto salga corriendo, para nadie es un secreto la falta de compromiso emocional de algunos varones y el pánico que le tienen a cualquier señal que indique deseo de compromiso por parte de la mujer. La apatía emocional masculina no se cura con indiferencia y frialdad. Cómo podemos exigir besos, abrazos, ternura y amor si nos hemos igualado tanto a los caballeros que lo único que nos falta es la navaja y el destornillador en la cartera. Pues yo me niego a ocultar mis sentimientos y a comportarme, en nombre de la liberación femenina, igual que los hombres.

       Hoy en día ningún hombre le abre a uno la puerta del carro (si es que alguna vez lo hicieron, o es otro mito urbano. Yo sólo lo he visto en las películas en blanco y negro). A mí me gustaría que me corrieran la silla, me mandaran flores, me regalaran chocolates y me llevaran serenatas. Los hombres dejaron de hacerlo. ¿Por que? No lo sé. Pero tengo una hipótesis: no lo hacen porque ya no necesitan conquistarnos. En la posmodernidad somos las mujeres las que prácticamente cortejamos a los hombres, en nombre de la igualdad de géneros, de la autonomía sexual y de la emancipación que hemos alcanzado. Y no digo que esté mal o que quisiera que volviéramos atrás el calendario cuando las mujeres nos quedábamos en la casa esperando al príncipe, me parece bien tener la iniciativa y salir, si se quiere, a buscar el consorte. Lo que quisiera es que se recuperaran algunas bellas costumbres del arte amatorio.

       También me niego, en nombre de la revolución sexual, a comprar amor con sexo. Es por eso que voy a iniciar una cruzada para rescatar, al menos en mi vida, el romanticismo, el amor, la feminidad, la poesía y todo lo que sea cursi. Menos a Ricardo Arjona.

3 comentarios:

  1. Sencilla y positivamente cierto todo lo que se dice en este escrito,mas claro no se puede. Me identifico plenamente, ademas escribe delicioso!

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  2. Hola, Karolina, muchas gracias por leerme. Un abrazo.

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  3. ¡Uy si! ese Ricardo Arjona es terrible.

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