viernes, 1 de junio de 2012

Cuarenta por detrás, cuarenta por delante



       —Señora, no se preocupe, eso es normal a su edad. —dijo el médico en urgencias.
       —¿A mi edad doctor? Pero si apenas estoy cumpliendo cuarenta años. —dije yo, al borde de un colapso.
       —El cuerpo humano es como los carros, se oxida con el tiempo. —dijo el médico con mucha desfachatez y sin asomo de vergüenza.

       Así fue como celebré mi cumpleaños número cuarenta, en la clínica y conectada a una bolsa de suero. No, precisamente,  a causa del guayabo de la fiesta de celebración. Con cocteles sí, pero de relajantes musculares, antiinflamatorios y Valium, para una lumbalgia causada, según el médico, por la “oxidación” de las vertebras lumbares, propia de la edad. Y como todo lo que empieza mal es susceptible de empeorar, apenas comenzaba el Vía Crucis.

       A los pocos días empecé a darme cuenta, al principio con extrañeza y luego con preocupación, que la gente comenzaba a llamarme con el título de señora o doña. Y sí, yo también creía, como seguro muchos de ustedes, que esos títulos nobiliarios se nos adjudican por nuestra impecable figura inglesa, o porque inspiramos respeto y admiración. Pero no se engañen, después de un minucioso estudio me di cuenta que tan alta distinción se nos confiere única y exclusivamente porque nos hemos vuelto viejos. Cuando uno es joven, las personas mayores que uno y las contemporáneas lo llaman por el nombre o por el apodo. A media que se va envejeciendo, los que antes eran mayores hoy están muertos o ni lo reconocen, y sólo quedan los contemporáneos y una gran masa de gente menor (para los que somos unos cuchos) quienes nos aplican el horroroso título de don, doña, señor o señora.  Si en un día lo llaman más de cinco veces con alguna de esas etiquetas váyase preparando, porque muy pronto le van a realizar su primer examen de próstata o su primera mamografía.  Y antes de lo que se imagina le van a decir “viejo verde” o “cuchibarbie atracacunas”.

       Yo creía que los cuarenta años era la mejor etapa de la vida, como le hacen creer a uno en Vanidades, Cosmopolitan y Buenhogar. De acuerdo con estas publicaciones es la edad en que la mujer combina con destreza la  madurez, la sabiduría y la experiencia adquiridas a través de la vida. Pero lo que no dicen estas revistas es que también con maestría y sin pausa se asocian las dolencias óseo-musculares con la presbicia, la gastritis, el colón irritable y hasta las hemorroides. Empieza el Calvario de los exámenes de colesterol, triglicéridos, azúcar, tiroides, corazón, hígado y riñones, y un interminable Rosario de  prohibiciones.

       Sin embargo, no todo es malo. A esta edad a uno ya no le importa, o al menos no debería importarle, lo  que la gente piense o diga de uno. Ver películas porno y decir que las vio. Hablar de sexo sin timidez y sin sentir que es pecado. No ir a entierros, matrimonios, bautizos ni fiestas de primera comunión por compromiso. En mi caso personal, la sabiduría que me confieren cuarenta años de incesantes malas decisiones me permite quedarme en casa un viernes por la noche viendo Dr. House, en vez de salir con el primer espantajo del sexo opuesto que aparezca.  He eliminado sin remordimientos varios “amigos” de mi cuenta de Facebook, de mi libreta de teléfonos, de mi Messenger y de mi vida. 

       Es una época de análisis y reflexión, donde se evalúa lo que se ha hecho y lo que se ha dejado de hacer en estos años de recorrido. Aún hay tiempo de cambiar lo que no nos gusta, de ir en búsqueda de nuestros sueños. De encontrar la felicidad que está dentro de nosotros, pero que no la vemos por estar buscándola por fuera: en la pareja, el trabajo, los hijos, el dinero. Bucear hacía las profundidades de nuestro ser y descubrir nuestra esencia, nuestra divinidad. Mirar hacia delante con alegría y optimismo. No importa la edad que se tenga, mientras estemos en esta vida aún podemos renacer.

Mejor me voy a dormir porque ya parezco Deepak Chopra.

7 comentarios:

  1. 40 y 20..... muy bueno, me gusto mucho lo del cocktail... jaja

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  2. Fresca que yo le seguiré diciendo gato porque doña gato o señora gato si que suena horripilante.

    Felices cuarenta !!!!

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  3. Muy buen apunte. Ya me estoy convirtiendo en fan tuyo. Por cierto: no sobra traer a colasión ese detestable dicho de que "vieja la cédula". Cretinos. La cédula no envejece, envejece el propietario, pero se niegan a reconocerlo. Pelean contra la vida; contra lo inevitable. Y en el camino se vuelven insufribles. No hay nada más detestable que una cuchibarbie con pelo teñido cabulla, esqueleto y chicles exhibiendo la celulitis. Amén de los que dejan de disfrutar de esta pecueca existencia dizque para mantenersen "saludables". ¿Que quiéren? ¿Llegar a la tumba enteros como si nu hubieran vivido, como un carro cero kilómetros guardado en el garaje? Es preferible el criterio de Jim Morrison: que te entierren vuelto mierda, así sea temprano, porque viviste plenamente. Igual, en eso nos vamos a convertir...

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  4. Acabo de comenzar a leer y está una nota. Yo voy por mis veintitantos, pero creo que me identifico mucho con el blog de hoy.

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  5. Me gusta muy mucho tu blog. Me recuerda que ya necesito gafas.

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