domingo, 14 de abril de 2013

Relaciones simétricas


        Hace algunos días leí en el libro Por qué duele el amor, cómo son satanizadas las “relaciones asimétricas”, relaciones en las cuales, supuestamente, las mujeres se encuentran en una posición de desventaja;  ya sea por su nivel económico, social, educativo o cultural. Y cómo se enseñan códigos de comportamiento para “relaciones simétricas”. Desde dicho precepto un hombre en una posición superior, como por ejemplo un jefe o un docente, no debe decirle a una mujer de una posición inferior; alumna o subalterna “te queda muy bien esa falda” o “que bonitas piernas tienes”. ¿Cómo? O sea que los únicos piropos políticamente correctos serían “que buena tesis de doctorado hiciste” o “admiro tu cociente intelectual,  estamos en el mismo rango, podemos tener una relación simétrica”. Mierda, con razón estamos como estamos y ya los hombres no se atreven a decirnos ningún piropo, de miedo a una demanda por acoso sexual o a un plantón feminista en la puerta de la casa. Y ni hablar de la jurásica abierta de la puerta del carro o, la que más me gusta, la insistencia  masculina por pagar las cuentas, incluida la tarjeta de crédito de la amada.

           Para mí, otro de los legados silenciosos del feminismo trasnochado es el supuesto que las mujeres solamente debemos sostener relaciones sentimentales (porque sexuales sí con cualquiera, amén del  feminismo trasnochado) con hombres de igual o superior nivel socioeconómico, cultural o educativo, a lo que se le denomina homogamia e hipergamia, respectivamente. A mi modo de ver es otra tara mental, como si no tuviéramos suficiente con las del sexo, el matrimonio y la maternidad. Mientras que los hombres practican a sus anchas la “contodasgamia”.

       Las mujeres también tenemos derecho a mantener relaciones de pareja con hombres menores, buenones, culones y piernones, de un menor nivel económico, social y cultural. Arribistas y advenedizos, cómo no. Eso no es privilegio únicamente del género masculino. Y entonces dónde queda la tan nombrada equidad e igualdad que tanto gritan algunas por ahí. Yo me niego a aceptar ese condicionante de la sociedad actual y de las relaciones modernas.

       Más que nada me niego a tal desfachatez,  porque el tamaño del mercado se minimiza si nos ponemos de exigentes. Con lo difícil que está echarle mano a un hombre, no sólo porque según las estadísticas mundiales son menos que nosotras, sino porque si a eso le sumamos que la competencia es con toda la que camine en tacones y se contonee, pues la cosa se pone cada vez más peliaguda. Y porque es otra forma de machismo. Ellos sí, pero nosotras no. ¡Qué bonita igualdad de género! Yo por mi parte no acepto encasillarme en este nuevo tipo de patriarcado, donde las mujeres no tenemos libertad para emparejarnos con quien nos atrae debido a la mirada inquisidora, el dedo señalador y el comentario cizañero: “Fulanita, anda con uno del barrio que no toca”.  

       Se les informa que la infidelidad y el maltrato físico, emocional y sicológico no tienen ni estrato social ni nivel cultural. Y a mí si me van a poner los cachos prefiero que sea alguien con culo, piernas, brazos, entre otras cosas duras.

2 comentarios:

  1. Sí, buena la igualdad. Tu propuesta/exigencia es apenas justa. Pero si quieres igualdad tendrías que desmontarte de muchos otros lugares comunes que campean en tu escrito y que están insertados profundamente en la consciencia colectiva, como aquello de "echarle mano a un hombre" o "si la competencia es con toda la que camine en tacones y se contonee". Ese tipo de trampas culturales en que nos hemos metido las mujeres (con el conveniente empujón masculino) nos llevan a ser posesivas, a reaccionar con 'mechoniada' cuando 'la otra' nos quita el marido, a llantos de telenovela y desgarrada de vestiduras cuando un tipo 'nos pone' los cuernos. Lo cierto es que vivimos las relaciones bajo los patrones heredados de la época del Quijote que nos trajo hasta nuestros días de la mano a las telenovelas, impulsados y patrocinados por la Iglesia y el Estado para ejercer un control social. Para dividirnos y catalogarnos en muy poquitos grupos fáciles de contabilizar de normatizar.
    El ideal sería desmotar las relaciones de pareja de todos esos lugares comunes y darles nueva vida, nuevo aire, un enfoque verdaderamente contemporáneo donde no importe el género, la posesión, la duración, libres y ligeras verdaderamente desprovistas de una carga cultural de la que somos muy poco conscientes. Donde la fidelidad no sea una exigencia sino una decisión. Donde el concenso sea la única ley.

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